jueves, 23 de octubre de 2014

LOS SUMERIOS. MESOPOTAMIA, 3.500-2.100 a. C. LA CUNA DE LA CIVILIZACIÓN. Exposición "Antes del Diluvio, Mesopotamia, 3500-2100 a. C."

"Los sumerios, una cultura de ciudades y letras, que vivieron entre techos y textos para armarse contra el mundo."
La Obra Social ”la Caixa” ofrece un viaje en el tiempo y el espacio para descubrir la cultura mesopotámica, cuna de la civilización, en la exposición "Antes del Diluvio, Mesopotamia, 3500-2100 a. C." que se celebra del 27 de marzo al 30 de junio de 2013.

La exposición está pasando un poco desapercibida, tal vez porque no aporta grandes piezas, de esas espectaculares que permitan hacer llamativa la muestra, pero para mi gusto es la mejor que se puede ver en Madrid en estos días. El interés que me suscita radica en el esfuerzo verdaderamente didáctico que se ha hecho para acercar al gran público los distintos aspectos de la cultura que se desarrolló en las llanuras aluviales del Tigris y el Éufrates en los milenios IV y III a. C. El conjunto reunido es único y está bien expuesto. Son cerca de 400 pequeñas piezas procedentes de treinta y dos museos y coleccionistas de todo el mundo: estatuas, cerámicas, sellos cilíndricos, tablillas con textos en cuneiforme, joyas, objetos rituales y símbolos. La muestra supera los tópicos y presenta las investigaciones más recientes en torno a ese periodo. Finalmente, el conjunto se completa mediante otros medios como entrevistas filmadas y reconstrucciones en 3D, así como a través de obras de artistas contemporáneos, fotografías y filmaciones que son testimonio de la fascinación que todavía suscita esta civilización.

En este vídeo podemos ver un resumen visual de algunas de las piezas más interesantes.



Contexto  histórico-geográfico de sumerios y akadios.

Hace unos 5.500 años, en lo que hoy es el sur de Iraq, los pueblos mesopotámicos que hablaban sumerio y acadio crearon las primeras ciudades, en un espacio fértil y al mismo tiempo inhóspito, las zonas bajas e inundables del Éufrates y el Tigris. Todo parece indicar que, más que un pueblo con unas características étnicas, lingüísticas y culturales propias, en Mesopotamia convivieron tribus de distintas procedencias con lenguas y tradiciones diversas. No se sabe si los sumerios fueron un pueblo, procedente de la India o de Arabia, que se instaló en el fértil delta, o si, en tanto que pueblo o etnia, nunca existieron, sino que lo que hubo fue probablemente distintas tribus, asentadas en dicho territorio desde la prehistoria, que hablaban varios idiomas, entre ellos el sumerio y el acadio.

En lo que sí están de acuerdo los estudiosos es que la cultura urbana nació allí antes que en cualquier otro lugar del mundo, como demuestran los restos de la ciudad «sumeria» o «pre-sumeria» de Uruk. Con la primera ciudad, Uruk, se creó la primera red de comunicaciones, con sus vías y canales; se desarrollaron las jerarquías sociales y la división del trabajo, el capitalismo; surgió un poder fuerte (monárquico o imperial); se ideó la escritura, el cálculo, las unidades de medida del tiempo y el espacio, el valor de los bienes y el derecho..., manifestaciones culturales a través de las cuales el ser humano se fue desmarcando de la naturaleza, al mismo tiempo que la dominaba.

Tras la caída de Uruk, hacia el 2900 a. C., un buen número de ciudades-estado independientes crecieron en las riberas sureñas de los ríos Tigris y Éufrates, y en las marismas del delta. Quinientos años más tarde fueron unificadas en un primer imperio, el acadio, con su capital, Acad, asentada quizá en la actual Bagdad. De corta duración, fue reemplazado por un segundo imperio, llamado de Ur III —en el que la lengua de culto (y ya no habitual) volvió a ser el sumerio en vez del acadio-, gobernado desde la ciudad sureña de Ur.

ÁMBITOS DE LA EXPOSICIÓN

La exposición se divide en varios ámbitos o hilos argumentales que voy a sintetizar en cuatro partes.

1. Sobre el mito de la creación del mundo.

Comienza la exposición intentando explicarnos cuál era la explicación mágica que se dieron los sumerios sobre todo lo que les rodeaba y, por supuesto, en primer lugar, sobre el origen de su mundo. Los textos y los objetos rituales muestran: el origen divino de la ciudad, el enfrentamiento entre los dioses primigenios y las nuevas deidades, la creación de la humanidad, el mito del Diluvio, la reconstrucción de la Tierra y el nacimiento de la cultura como consecuencia de un pacto entre dioses y hombres.

Figuras fundacionales. La del centro es la de Ur-Namma con un cesto. Mesopotamia, ca. 2112-2095 a.C. Aleación de cobre | 27,3 cm. The Metropolitan Museum of Art, Nueva York, obsequio de Mrs. William H. Moore, 1947. © The Metropolitan Museum of Art/Art Resource/Scala, Florence, 2012.

Relatos míticos contaban lo que aconteció en los inicios. Todos coincidían en que la vida se originó en una ciudad. Tras la creación, el universo había quedado inconcluso. Le faltaba vida. El mito del Paraíso sumerio cuenta que la tierra no poseía lo necesario para ser habitable. Los canales no acarreaban agua, el territorio no estaba parcelado y las ciudades no poseían murallas nítidamente trazadas. La creación del mundo tuvo que ser completada y corregida. Esta tarea incumbió al dios Enki. Los seres humanos, alentados por Enki, proseguirían con el trabajo.

Cabañas de las marismas del delta del Éufratres-Tigris. Ursula Schulz-Dornburg. Vanished Landscapes, detalle, 1980/2006. Series fotográficas sobre papel | Dimensiones variables. Colección de la artista. © Ursula Schulz-Dornburg.

Enki era el ‘señor’ (EN) de la ‘tierra’ (KI). La tierra sobre la que reinaba era la tierra de las marismas del delta del Tigris y el Éufrates: una tierra cargada de limo. Fue una divinidad favorable a los humanos, a los que enseñó la agricultura y las artes para sobrevivir a las inclemencias venidas siempre del Cielo. Su símbolo era el toro.

Sello cilíndrico con escena de siembra. Período acadio, ca. 2200 a.C. Concha | 3,3 cm × Ø 1,7 cm © Visitors of the Ashmolean Museum, Oxford.

  • 1. El toro, emblema de fertilidad. Los toros vagaban por marismas y deltas. Su potencia sexual era legendaria. Se decía que los dioses creadores, en forma de toro, como Enki, habían llenado el curso de los ríos Tigris y Éufrates con su semen. La tierra daba frutos cuando toros tiraban del arado: su paso por la tierra mágicamente la fertilizaba. En el Mediterráneo, el toro era el animal más poderoso. Superaba en fuerza al león y al oso. Por ese motivo, era el emblema de los dioses creadores, que se manifestaban en forma de toro, y de todas las cosas poderosas, desde las ciudades santas hasta los ríos que bramaban. Una tiara hecha de cuernos de toro superpuestos distinguía a los dioses de los humanos.
El toro de Enki, finales del III milenio a. C..


  • 2. La creación del hombre (y su destrucción). Al concluir la Creación, el dios del Cielo y sus hijos se aposentaron en lo alto. Mientras, los dioses más antiguos, los Igigi, tenían que cuidar de la tierra y los canales. Se cansaron, se sublevaron. El Cielo buscó una solución. Enki cogió barro de las Aguas de la Sabiduría y moldeó siete figuritas que insertó en el vientre de su madre, la diosa-madre, donde fueron gestados. Los humanos fueron asignados al cultivo y el riego de la tierra, para producir alimentos con los que ofrendar a los dioses. Se multiplicaron. El Cielo decidió limitar su número porque competían con los dioses y desencadenó un diluvio. El dios Enki, amante de los humanos, ordenó a un sabio construir un arca y proteger a ejemplares de todos los seres vivos. Las aguas anegaron el mundo. Al séptimo día, la lluvia cesó. El arca se detuvo. Los seres vivos descendieron y repoblaron la Tierra, y fueron perdonados por el Cielo.
Vasija votiva en forma de embarcación. Templo, montículo V, Bismaya (la antigua Adab, Irak). Período tercera dinastía de Ur, 2112-2004 a.C.). Yeso | 14,5 × 22,5 × 8,3 cm. Oriental Institute Museum, Chicago. © Oriental Institute of The University of Chicago.

2. Las ciudades, el símbolo de la civilización.

La ciudad era una creación divina. La suerte de la ciudad dependía de la presencia del dios tutelar. Los dioses escogían el emplazamiento, ordenaban la fundación e incluso participaban en la construcción de templos y palacios. La creación de la ciudad fue una manera de romper con la naturaleza: un espacio ideal, ordenado por los dioses. En frente estaba la naturaleza que era pasto de monstruos y de fieras, y necesitaba ser intervenida. La ciudad no brotaba de la tierra, sino que la explotaba y se defendía de ella. La ciudad era la antítesis de la naturaleza: un lugar de convivencia. Los salvajes siempre vivían solos, en los riscos y los desiertos; por el contrario, los ciudadanos, (bien) vestidos, formaban comunidades y se regían por asambleas. La civilización en Súmer, en definitiva, existía porque existían las ciudades: centros de orden, poder y legalidad, desde los que se daba fe de lo que acontecía. Los seres humanos a través de su vida en las ciudades dominaban la naturaleza, pero también se daban la jerarquía para que los trabajos tuvieran un orden, por lo que surgieron los reyes/sacerdotes o patesis que les dirigían.

La ciudad de Khafaje, mediados del III milenio. Reconstrucción virtual del Templo Oval. © Luis Amoros y Miguel Orellana (404 Arquitectos), Barcelona y Vancouver, 2011.

Súmer se desarrollará como un conjunto de ciudades-estado en la baja Mesopotamia. La más antigua, Uruk, llegó a tener, ya en el IV milenio a. C., entre 35.000 y 80.000 habitantes; y la ciudad de Ur — donde según algunas leyendas habría nacido el bíblico Abraham—, entre 200.000 y 350.000 habitantes. Fue la ciudad más poblada del mundo hasta Roma, 2.000 años más tarde. Estas ciudades-estado estaban unidas por carreteras por las que circulaban mensajeros reales que disponían de postas en las que descansar, y por canales de regadío, por los que también se podía navegar en barcas de remo o a vela.

Reconstrucción virtual del Templo Blanco de Uruk, tal como debía mostrarse a mediados del IV milenio. Reconstrucción (3-D). © Luis Amoros y Miguel Orellana (404 Arquitectos), Barcelona y Vancouver, 2011.

Las tareas de construcción incumbían a seres superiores: divinidades y reyes. En ocasiones, éstos colaboraban. Una vez iniciada la obra, los dioses responsables engendraban a divinidades menores que asumían trabajos muy específicos, desde el cuidado del fuego hasta la fabricación de los ladrillos. Nada se decía de los verdaderos artífices de las obras, los «arquitectos» o los constructores. Eran sólo peones. La razón de esas creencias residía en la importancia que se concedía al acto de edificar. La elevación de un edificio se asemejaba a la creación del mundo. El patesi Gudea de Lagash fue el mejor ejemplo de constructor/promotor y por ello aparece representado en numerosas obras ofreciéndose a los dioses.

Estatua del príncipe Gudea rezando. Girsu, actual Tell-Telloh (Irak). Período del reino de Gudea (2130 a.C.). Museo del Louvre.
Los rituales de fundación tenían mucha importancia y nos han dejado numerosas muestras arqueológicas. La obra, a punto de iniciarse, iba a robar una parte del espacio de los dioses del inframundo. Había que honrarles y comprar su benevolencia a fin que no echaran abajo los muros que se iban a levantar. El primer ladrillo era especial. Lo moldeaba el mismo rey, añadiendo leche, miel o cerveza. Textos con la descripción del ritual seguido, himnos en honor de los dioses y maldiciones contra los demonios eran escritos o inscritos en una de las caras.

Tablillas fundacionales de Il (monarca o ENSI de la ciudad de Umma), ambas con la misma inscripción dedicada a la diosa ∂TAG.NUN. Período presargónico, ca. 2430 a.C. © Oriental Institute of The University of Chicago.

El rey era representado transportando el primer ladrillo o cesto sobre su cabeza en señal de sumisión. También se hincaban unos pesados «clavos de fundación», quizá para ahuyentar a los malos espíritus, en las zanjas de los cimientos. A fin de proteger la obra, se distribuían fetiches de terracota en el interior de los muros: seres guardianes fabulosos que ahuyentaban el mal de ojo, así como «ídolos-ojo». Un elemento constructivo cubría una doble función práctica y mágica: el gozne de las puertas que daban al exterior. Fórmulas rituales se inscribían en la parte superior de la piedra para detener a los malos espíritus. Por fin, al concluir la obra, unos clavos de terracota se hundían en los muros: eran documentos de propiedad.

Cono de arcilla de Ur-Ba'u con inscripción Lagaš (Irak). Período segunda dinastía de Lagaš. Arcilla | 14,9 × 6,3 cm | © Trustees of the British Museum, Londres.

Se realizaban planos (plantas, alzados, detalles) casi siempre sobre tablillas de arcilla secadas al sol. Los sistemas de representación eran los mismos que hoy: proyecciones ortogonales, acotadas, aunque la escala no estaba indicada. Se han encontrado proyectos de ciudades, vías y canales, edificios públicos y privados, de viviendas modestas incluso. Las líneas se trazaban con un punzón sobre una superficie húmeda de arcilla, con la ayuda de una regla y un cartabón. Las formas y el emplazamiento de los elementos (muros, por ejemplo) se indican mediante el trazado de los contornos.

Plano de una casa. Adquisición sin datar, ca. 2000 a.C. Ceramica | 11,4 × 12,2 × 2,6 cm. Vorderasiatisches Museum, Staatliche Muséen zu Berlin. © Staatliche Muséen zu Berlin, Foto: Olaf M. Tessmer.

Los hogares se estructuraban alrededor de un espacio central, cubierto o al aire libre. En la planta baja se disponían talleres, la cocina y aseos. Las estancias privadas y los dormitorios se ubicaban en el primer piso. Escaseaban los muebles; no así cestos y cajas. Bajo la vivienda, se hallaban las tumbas de los familiares, niños, sobre todo. La casa acogía a generaciones pasadas y presentes.

Una pesa con forma de pato.

Estructurar y dividir el espacio era una actividad esencial. Aportaba seguridad física y psíquica. Para eso, fue necesario que el rey Šulgi (2094-2047 a. C.), de la tercera dinastía de la ciudad de Ur, unificara las distintas unidades de peso y de medida empleadas por las ciudades, a fin de poder organizar todo el Imperio neosumerio. La base era sexagesimal: aún hoy, el tiempo se divide en sesenta unidades. Las compraventas se efectuaban mediante el uso de plata en tiras dispuestas en espiral, que se portaban como brazaletes. Éstos se cortaban y se pesaban gracias a pesos calibrados en forma de animales. Unos diez gramos de plata permitían adquirir una tonelada de cereales.

Espiral de plata usada como moneda de cambio.

La escritura fue otro medio para apartarse de la naturaleza y crear un mundo propio, controlable por el hombre. Parece que fue inventada en el sur de Mesopotamia, a mitad del IV milenio a. C. La escritura mesopotámica, al igual que la egipcia, fue, en sus inicios, parcialmente pictográfica: los signos gráficos más comunes reproducían los rasgos más característicos de las cosas más habituales designadas. La escritura se habría inventado no para anotar lo visible, sino para acercarnos a lo invisible. Habría servido para otear el destino, una manera de exorcizar temores y esperanzas, de mediar con lo desconocido.

3.- La ciudad de Ur.

Ur se asentaba cerca del delta del Tigris y el Éufrates. Pudo incluso haber sido fundada en medio de las marismas, hoy retiradas por la bajada del nivel del mar. Canales de comunicación habrían atravesado la ciudad, uniendo dos puertos fluviales. Una extensa área sagrada y palaciega rodeaba la pirámide escalonada del zigurat. El tejido urbano, muy denso, se asemejaba al de un casco antiguo de una ciudad mediterránea. La trama seguía las primitivas vías procesionales que unían distintos santuarios. En el centro de Ur, hace 4.500 años, se ubicaron tumbas reales subterráneas (bien conservadas aún hoy), cerca de las cuales, 500 años más tarde, el rey Ur-Nammu mandó erigir el primer zigurat de la historia. La descomposición del burocrático imperio de Ur III, a finales del III milenio a. C., selló el fin del sur de Mesopotamia. Desde entonces y hasta la invasión árabe, en el siglo VII d. C., los centros de poder se desplazaron hacia el norte (Babilonia, Assur, Nínive) y el este (Persépolis). La ciudad fue abandonada en tiempos de Alejandro (siglo IV a. C.).

Reconstrucción virtual de la ciudad de Ur, tal como podía aparecer a finales del III milenio, situada en un paisaje marismeño, bordeada por el río Éufrates y un canal artificial. En primer término, uno de los dos hipotéticos puertos fluviales, no lejos del recinto sagrado dedicado al dios luna Nanna o Nannar. Reconstrucción (3-D). © Luis Amoros y Miguel Orellana (404Arquitectos, Barcelona y Vancouver, 2011-2012).

El templo era la casa de la divinidad. Eran organismos vivientes, comparados a montañas que llegaban al cielo, árboles cósmicos o columnas que unían el cielo y la tierra. Los templos apuntaban hacia determinadas constelaciones, manifestaciones de divinidades benéficas, como la Osa Mayor, o la estrella matutina. Una muralla aislaba el santuario, el cual comprendía las moradas de los dioses y de los sacerdotes, archivos, escuelas, almacenes, y talleres artesanos. Los humanos, salvo sacerdotes y reyes, tenían vetada la entrada. La divinidad estaba presente a través de la estatua de culto. El clero la alimentaba y la vestía diariamente. A partir del 2100 a. C., el santuario incluyó una pirámide escalonada, el zigurat, coronada por una capilla que ocupaba la divinidad cuando descendía a la tierra.

El zigurat de Ur según la maqueta de la exposición.

El zigurat era la mítica cumbre montañosa que salvó a la humanidad de ser ahogada bajo las aguas que cubrían el resto de la tierra castigada por el Diluvio, y que detuvo el curso errático del arca en la que se habían refugiado el sabio Utnapištim (el Noé sumerio) y representantes de todos los seres vivos: descendieron y repoblaron la tierra. La cumbre redentora recibía el nombre de zigurat, que significaba ‘construcción en lo alto’. El zigurat recordaba en la ciudad los peligros de los diluvios, pero también infundía confianza: refugiados en lo alto, los humanos podían sobrevivir. Los dioses también se beneficiaban del zigurat: les evitaba pisar la tierra embarrada cuando descendían hacia el mundo de los hombres, y descansaban en el santuario que coronaba aquél, evitándoles los peligros mortales del espacio humano.

El zigurat de Ur reconstruido en su primer piso.

Los templos albergaban estatuas de culto, pero no se han encontrado. Quizá estuvieran hechas de madera, revestidas de tela y ornadas de joyas, por lo que no se han conservado, puesto que el clima en Súmer era muy húmedo. Los orantes de piedra podían ser efigies divinas, pero es probable que representaran a seres humanos. Se depositaban a los pies de la estatua de culto, para que el dios los protegiera. Las manos juntas expresaban sumisión y piedad ante los dioses, o respeto ante los reyes, y las orejas exageradas, la adquisición de la inteligencia en contacto con la divinidad: el hombre sabio era todo oídos.

Estatua masculina de pie. Khafaje (Irak), templo de Nintu, nivel V. Período dinástico arcaico II, 2650-2550 a.C. Calcita o yeso, con incrustaciones de concha y masilla de bitumen | 26 × 12 × 6,5 cm | Penn Museum, Filadelfia. © University of Pennsylvania Museum of Archaelogy and Anthropology.

Las tumbas sumerias solo contenían un pobre ajuar funerario, signo de la misérrima «vida» que aguardaba al difunto. Un huevo de avestruz, no obstante, quizá suplicara un posible renacer. Las tumbas reales de Ur, del 2500 a. C., contenían, por el contrario, tesoros de oro y plata. Mas éstos no habían sido depositados para hacer la «vida» en el más allá placentera, sino que tenían que servir para comprar la benevolencia de los poderes infernales, lo que expresaba el terror ante una vida espectral.

Corona o tocado. Ur (Irak), tumba particular 800, cuerpo #1. Período dinástico arcaico IIIa, 2600-2450 a.C. Oro, lapislazuli, cornalina | 40 × 5 cm. Penn Museum, Filadelfia. © University of Pennsylvania Museum of Archaelogy and Anthropology.

4.- La otra exposición.

Además de las piezas sumerias, la exposición incluye algunas obras contemporáneas, fotografías y filmaciones que son testimonio de la fascinación del viaje a las fuentes de la cultura, o de lo que quede de ella: la serie de fotografías Mesopotamia de Ursula Schulz-Dornburg, el vídeo Shadow Sites II de Jananne Al-Ani, y Escultura de arena, una fotografía de David Bestué.

Vídeo Shadow Sites II de la videoartista y fotógrafa iraquí Jananne Al-Ani. Premio de la Bienal de Venecia. Está hecho por una serie de imágenes aéreas y satélites del desierto iraquí.  Escudriñando el territorio árido, se muestra intervenido por el devenir humano. La obra adquiere cierta evocación pictórica, escultórica también.

La muestra se complementa con documentación tal como ejemplares de textos árabes desde el siglo IX y cristianos desde el siglo XVI hasta los años treinta del siglo pasado, de viajeros que recorrieron, a partir del siglo XII, el sur de Mesopotamia. También se han incluido entrevistas filmadas a expertos en el arte sumerio, así como un diario de viaje filmado durante una visita a seis yacimientos sumerios (Ur, Uruk, Eridu, Tello, Tell al-’Ubaid y Kiš), en octubre y noviembre de 2011, a cargo de un equipo de la Universitat Politècnica de Catalunya y la Universitat de Barcelona junto a arqueólogos iraquíes, profesores de las universidades de Bagdad y de Samawa, y policías y militares.

Por último, el espectador podrá encontrar varias reconstrucciones virtuales en 3D elaboradas expresamente para la exposición y que recrean la ciudad de Ur y el Templo Blanco de Uruk, entre otros, así como una maqueta de la ciudad de Ur y un cortometraje de animación.

3 comentarios:

  1. ¡Muy interesante! Con este post es como si hubiera visitado la misma exposición. Me ha llamado particularmente la atención la mitología sumeria, por su visión de lo divino como algo apartado y casi contrapuesto a la naturaleza. No sabía que esta idea venía de tan antiguo.

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    1. Una lástima que no pudieras verla, pues creo que fue una de las exposiciones mejores que ha habido sobre los sumerios. Tal vez me le faltaran alguna pieza estrella como el Estandarte de Ur o algún Gudea más, pero por lo demás completísima hasta en los textos explicativos que acompañaban a las obras.

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