A partir de mediados del siglo XIX, la burguesía se impone definitivamente en la sociedad europea y con ella un nuevo modelo de códigos en las relaciones sociales y familiares tanto en el ámbito público como en la vida privada. La burguesía quiere dejar a la posteridad la imagen de su éxito económico y social a través de la pintura y de la fotografía, pero también quiere plasmar gráfica o visualmente los comportamientos sociales. Es el momento en que se populariza la fotografía, aunque los retratos pictóricos todavía son muestra de buen gusto y estatus social. Ante el pintor o ante el fotógrafo, los sujetos retratados adoptan una serie de poses, vestimentas y adornos que son los signos de aquella imagen con la que como individuos quieren ser conocidos por el resto del mundo. Estas representaciones visuales pretenden además delimitar las funciones y áreas de ambos sexos en la sociedad burguesa: al hombre le corresponde la gestión de los negocios y la vida pública; a la mujer la administración del hogar y la esfera privada.
Edgar Degas. Retratos en la Bolsa, 1878-79. Óleo sobre lienzo, 100 x 82 cm. Musee d'Orsay (París). La Bolsa es uno de los ámbitos de la nueva sociedad capitalista burguesa. Aquí contemplamos su actividad, reservada sólo a los hombres.
La mayor parte de los pintores se muestran muy convencionales a la hora de representar a la mujer burguesa. Responden a un patrón propio de una cultura patriarcal en la que la mujer debía ser, de soltera, buena hija y novia bella e inaccesible y, de casada, buena madre y esposa. Salirse de estos estereotipos de representación y de lo que debe ser su papel en la sociedad es transgredir el sistema y entrar en el oscuro mundo de la mujer marginada, de la prostitución o de las clases bajas, que también atrae a los pintores.
Edgar Degas. Mujeres en la terraza de un café por la noche, 1877. Pastel sobre monotipo, 41 x 60 cm. Musée d'Orsay, París. Se trata de unas prostitutas que esperan a sus posibles clientes sentadas en un café. La composición se estructura a través de las columnas de la terraza que dividen la escena en varias franjas verticales y rompen el espacio para crear sensación de movimiento. De esta manera se muestra la influencia de los grabados japoneses, que solían disponerse similarmente. La perspectiva empleada es algo elevada, como si se tratara de una figura que avanza hacia el grupo - el camarero o un cliente - lo que crea un maravilloso efecto de inmediatez. Al ser un pastel sobre monotipo las masas de blancos y negros abundan en la escena, animada por las tonalidades malvas, rojas y grises. La luz artificial del local, de las farolas y de los escaparates es un gran logro del artista que refuerza así la comentada sensación de realismo.
Edgar Degás (1834-1917) es uno de los pintores más sensible por el mundo femenino. Conocido por especializarse temáticamente en la representación de bailarinas de ballet, sus pinceles también hacen protagonista a la mujer en muchos otros cuadros: a obreras trabajando (planchadoras); a mujeres anónimas y desnudas que realizan tareas íntimas en el cuarto de baño; a mujeres de la "noche" en cafés y locales de espectáculos; y, por supuesto, a mujeres concretas de su clase social a las que retrata.
Edgar Degas. Las planchadoras, entre 1884 y 1886. Óleo sobre lienzo, 76 x 81 cm. Musée d'Orsay, París. Es un cuadro en la estética realista de Courbet o Daumier. Nos presenta a las planchadoras en su duro trabajo, ajenas a los buenos modales o a la belleza refinada. Su trabajo es duro bajo temperaturas de más de 30º y teniendo que realizar mucha fuerza para que la ropa quede bien. Una de ella se duele del esfuerzo y se toma un reposo con una botella de vino. Resulta sorprendente la factura, casi de manchas, aunque existe una excelente base de dibujo como podemos apreciar en los brazos o en los rostros. El resultado consigue un efecto vaporoso motivado por el calor de las rudimentarias planchas.
A mi juicio, Degas es uno de los pocos pintores que en el género del retrato femenino burgués es capaz de captar con naturalidad a la mujer rompiendo convenciones y trasmitiendo sentimientos reales de las retratadas y del pintor a cerca de ellas. Esto es posible, tal vez, porque sus modelos son, con frecuencia, mujeres de su propia familia o amistades muy cercanas, lo que le libera en cierta medida del convencionalismo social. Esta actitud ante el retrato femenino es constante tanto en su etapa como pintor realista como cuando ya se decide por la ruptura vanguardista del impresionismo. A continuación hago un repaso de algunas de sus mejores obras en este tema.
En uno de sus primeros grandes retratos, el de la familia Bellelli, ya vemos cuán importante es para Degas dejar bien claro lo que siente ante las mujeres del cuadro. Es un cuadro de 1858, cuando el pintor completaba su formación como pintor en Italia. Los retratados son sus tíos, en concreto, su tía Laure, hermana de su padre, que había casado con el barón Gennaro Bellelli, junto a sus dos hijas, Guilia y Giovanna. La imagen nos muestra el salón de una familia burguesa no carente de cierto lujo en el mobiliario y en el alegre papel pintado azul celeste que domina la composición. Sin embargo, las figuras aparecen tristes y desconectadas de la realidad. Precisamente cuando Degas llegó a Florencia, donde vivían, Laure había tenido que marchar a Nápoles para cuidar de su padre, que fallecería poco tiempo después.
Domina el cuadro el grupo de la madre con sus hijas. Las mujeres aparecen vestidas de riguroso luto por la muerte del abuelo. En la pared se contempla un dibujo a tiza roja en la que se vislumbra el rostro del finado. Su tía. Laure, es todavía joven, pero tiene una mirada triste y su actitud es muy rígida. Su prima mayor, Giovanna, mira fijamente al espectador y mantiene la seriedad propia de la convención del momento y del mundo de los adultos.
La menor, Giulia, se distrae y rompe la pose tal vez atraída por un perro que se sale del cuadro por el margen inferior izquierdo. No puede estarse quieta y recoge una pierna para sentarse sobre ella. Un suave foco de luz ilumina estas figuras, mostrando la cercanía del artista hacia los miembros de su familia directa. No sólo la luz une a las mujeres sino que apreciamos un contacto físico entre ellas: la mano de la madre posándose en el hombro de Giovanna y la fusión entre las faldas de Laura y Giulia.
La frialdad que reina en esta familia no radica sólo en la muerte del abuelo. En el cuadro hay un drama escondido ante el que el pintor se pronuncia, dejando claro por quién toma partido y también su audacia como pintor que viene a romper con los convencionalismos de representación de una familia burguesa. Su tía Laure aparece de pie en la postura que debería corresponder al estereotipo masculino, su rostro es impresionantemente digno. Mientras que el barón Bellelli, el padre de la familia, aparece sentado, casi de espaldas y semioculto por la oscuridad. Su boda con Laure Degas es fruto de uno de los numerosos matrimonios de conveniencia que se daban en la época, existiendo una total falta de cariño entre los cónyuges. La figura de Gennaro ni siquiera establece contacto visual con las mujeres, confirmando lo que piensa el pintor ante la indiferente de aquél por su familia.
Las imponentes dimensiones, los colores y los juegos estructurados de perspectivas abiertas (puertas y espejos) fortalecen el clima de opresión o de tensión que se vive entre el matrimonio.
En el retrato de Therese Degas, el pintor pidió a una de sus hermanas más jóvenes que posara ante él poco antes de su matrimonio. Este retrato es buen ejemplo de lo que debe ser una señorita de la buena sociedad burguesa. Es un retrato clásico que rivaliza con los de Ingres en su composición, iluminación y detallismo. Therese porta sus mejores galas dentro de una armonía entre grises, blancos y negros, que contrasta con la larga cinta de raso rosa atada bajo la barbilla, que le da el toque alegría y brillantez. Pero bajo esta aparente rigidez, aparece la sutileza psicológica. Muy sutilmente, Degas traduce la tensión interna que afecta a su hermana. Por debajo de su chal asoma tímidamente la mano izquierda en la que lleva el anillo de compromiso.
El contraste entre el vacío del interior, anunciando la partida, y la luz del paisaje, símbolo de un futuro optimista, que asoma por la ventana (la bahía de Nápoles, hogar de su prometido) habla de su futura vida matrimonial y sus sentimientos ambivalentes. Esta dualidad también se ve reforzada por las dos técnicas pictóricas usadas juntas: la mano del anillo está pintada con gran cuidado, mientras que la otra, apenas está definida.
Edgar Degas. Retratos de Edmondo y Thérèse Morbilli, 1865. Óleo sobre lienzo, 116.5 x 88.3 cm. Museum of Fine Arts, Boston.
En 1865 Therese y su marido, Edmondo Morbili visitaron París y Degas pudo retratarlos. Therese se sienta, literal y figurativamente, a la sombra de su marido. Contrasta la expresión de su hermana, preocupada y triste por la pérdida reciente de un hijo que esperaba, con el aire de autosuficiencia de su marido. Therese era la hermana favorita de Degas y de la que más retratos realizó. Quizá por eso nos muestre con cierto rencor a quien se llevó a su modelo. El marido adopta una postura rígida y un rostro aburrido y desdeñoso. Sin embargo, en su hermana encontramos una mirad penetrante y cálida. Su gesto de llevarse la mano derecha a la cara es una postura de pose que indica ingenuidad, mientras que la otra mano apoyada en el hombro de su esposo confirma el sometimiento por entero a su voluntad. De nuevo, el pintor juega con la pincelada para centrar nuestra atención en rostros y manos con un buen detalle de dibujo y, en cambio, apenas insinúa con pinceladas sueltas los ropajes, objetos y fondo.
Edgar Degas (1834-1917). Madame Jeantaud delante de un espejo, 1875. Óleo sobre lienzo 70 cm x 84 cm. Musée d'Orsay, Paris.
La Sra. Jeantaud, la esposa de un amigo del pintor, comprueba su apariencia en el espejo de un armario antes de salir. Degas describe con detalle el comportamiento de la elegante modelo y su reflejo en el espejo. La variedad de materiales y colores armoniosos de sombrero, capa y la funda de piel del regazo están trazados en muy pocas pinceladas. La composición es muy original. La mujer aparece vista de tres cuartos, con la cabeza vuelta para contemplarse en el espejo, pero a la vez para mirar directamente al espectador en un cruce de miradas. La figura como las ropas que porta ofrecen una vista muy distinta de la realidad en el reflejo del cristal, un desenfoque en la pincelada y una esquematización que parece presagiar los retratos precubistas de Braque y Picasso.
Edgar Degas (1834-1917). Madame Jeantaud delante de un espejo, 1875. Óleo sobre lienzo 70 cm x 84 cm. Musée d'Orsay, Paris. Detalle, reflejo en el espejo.
La modelo de la mujer del florero es su prima y cuñada, Estelle Musson de Degas (casada con su hermano René Degas). Posa con un vestido sencillo, casi una bata beige de andar por casa. A su lado, una mesa sobre la que hay joyas y guantes, en la que se encuentra un jarrón multicolor que contiene un hermoso ramo de flores de color púrpura con hojas grandes exóticas. De nuevo Degas capta momentos de la vida de una mujer como si fuera un encuadre fotográfico. Tan es así que el jarrón acapara el primer plano y deja a Estelle en segundo plano. La sensación de indefensión que nos provoca la retratada no es casual. El desconcierto asoma en su mirada porque sufre una enfermedad ocular que la está dejando ciega. En otro cuadro, también con un florero como protagonista principal, la podemos ver deambulando por la casa y palpando las flores a las que debía ser muy aficionada.
Edgar Degas. La mujer del jarrón. Retrato de Mlle. Estelle Musson Degas, 1872. Óleo sobre lienzo, 65 x 54 cm. Musée d'Orsay (París).
Para el retrato de una de sus amigas, la señorita Dihau, Degas eligió para representarla en el momento en que toca una pieza en el piano, de la que es una consumada concertista . La joven pianista lleva muy lindamente un sombrero con flores y parece mirar complacida al público que escucha su obra. El encuadre resulta totalmente novedoso y espontáneo.
Edgar Degas. Mademoiselle Dihau al piano, 1869. Óleo sobre lienzo 45 x 32.5 cm. Musée d'Orsay (París).
Con estas y otras muchas obras en las que Degas retrata a la mujer burguesa creo que queda totalmente desmontada la acusación de misoginia que ya en vida del pintor se le hizo por mantenerse soltero. El pinta a la mujer de verdad, no la belleza ideal académica.
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