Saqqara fue la primera necrópolis de Menfis, la gran capital del Bajo Egipto. Allí se encuentran algunas de las famosas pirámides en las que se enterraban a los faraones (Zoser, Unas, Teti...), pero también los mejores ejemplos de tumbas privadas de la nobleza. El lugar fue utilizado prácticamente en todas las dinastías hasta el periodo romano conformando un conjunto de más de 7 kilómetros de longitud en dirección norte-sur junto al límite del desierto.
Durante milenios la aristocracia buscó construir su casa para la eternidad junto a la de sus soberanos en una muestra de fidelidad y de cercanía a la divinidad. De las pirámides y tumbas reales ya hablaré en otro momento, en este artículo y en la presentación que viene a continuación voy a centrarme en las mastabas de la aristocracia egipcia, sobre todo la de aquellos periodos en los que se levantaron tumbas dignas de un príncipe. Sobre las mastabas de Gizeh en este enlace.
Las mastabas hasta la IV Dinastía
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En el periodo protodinástico y las dos primeras dinastías (finales del IV milenio y principios del III a. C) los enterramientos en Saqqara fueron meros monumentos de ladrillo sobre un pozo funerario sin adorno alguno. Si acaso poseían inscripciones en estelas con los nombres, títulos, oraciones y ofrendas que se realizaban a los dioses. Los ajuares con las que se enterraban estos nobles se limitaban a unas cuantas vasijas de piedra y cerámica, objetos de aseo personal y paletas de piedra y joyas.
Mastabas de Mereruka y Kagemni, junto a la pirámide de su señor Teti. Las estructuras están por debajo de las arenas del desierto y se hayan reconstruidas en su parte superior.
A partir de las dinastías III y IV las tumbas se construyeron en piedra con una forma rectangular característica que ya podemos llamar mastaba. Eran edificios bajos de muros macizos e inclinados (talud). Los arqueólogos les dieron el nombre de "mastaba" ("banco" en árabe), porque recordaba al poyete de las casas de campo egipcias. Estas primeras construcciones comenzaron con dos vanos casi ciegos y un pozo oculto, relleno de cascote, que conducía a la cámara funeraria. Pero con el aumento de la riqueza en el país no tardaron en tomar mayores dimensiones, crearse numerosas cámaras y recibir lujosos relieves pintados en su interior.
Las mastabas de la V y VI Dinastía.
Las mayores, las más bellas y las más variadas en escenas murales son las tumbas de las Dinastías V y VI (2400-2300 a. C.) que pertenecieron a importantes funcionarios de la administración egipcia, como Ti, Ptahhotep, Mereruka y Kagemni, entre otros. Los generosos ingresos que les proporcionaban sus cargos les permitieron promover la construcción de monumentales tumbas representativas y de contratar a los mejores artistas de los talleres reales. Llegaron a levantar mastabas con hasta veinte o más estancias, con múltiples puertas falsas, cámaras destinadas a los miembros de la familia del fallecido, doble escultóricos, así como miles de inscripciones jeroglíficas y representaciones.
Es precisamente esta decoración lo que mejor se ha conservado y nos permete hacernos una perfecta idea de la vida de esta clase social y de la calidad de las artes del relieve y de la pintura de hace más de 4400 años. Veamos algunas de las imágenes/temáticas más repetidas.
- Las paredes de estas tumbas se hallan presididas por imágenes en grandes dimensiones del fallecido, alusión a su importancia en vida. Le acompañaban sus familiares, esposas, madres e hijos, en clara jerarquización de tamaño. En estas figuras se dan plenamente las características idealizadoras del arte egipcio
Mereruka en altorrelieve dando el paso ritual en una capilla (izquierda) y el mismo en un relieve pintado (centro). En pequeño tamaño, a sus pies, se encuentran representadas su mujer, Watetkhethor, y su madre, Nedjetempet.
- Para los antiguos egipcios no había distinción alguna entre los objetos del mundo material, tales como las personas o las ofrendas, y las pinturas o representaciones de los mismos. Por ello, cada una de las escenas de ofrendas tenía un carácter mágico que las convertía en algo real en el más allá. La tumba debía llenarse de provisiones y de objetos que pudiera utilizar en el otro mundo su propietario.
Sirvientes-portadores de ofrendas, de animales y de provisiones en la tumba de Kagemni.
- Otros motivos presentes son escenas en las que puede verse gente desarrollando diversas actividades, como campesinos en sus tareas agrícolas y ganaderas, artesanos en pleno trabajo, carreras de botes en las marismas, cacerías en el Nilo, viajes en grandes barcos por el mar, bailes o peregrinajes a lugares sagrados como Abidos.
MrrukaIhy, hermano del visir Mereruka, en un barco de juncos de papiro por el río. Nótese que sobre él no se da la idealización corporal. La obesidad en este caso es un síntoma de éxito social.
- Destacan algunas representaciones de gran vitalidad y originalidad como las escenas de pastores. Son imágenes idealizadas de la realidad que estuvieran a disposición del funcionario para toda la eternidad. Me gusta especialmente la escena de la Tumba de Ti, que podemos ver debajo, que representa la conducción de un rebaño de vacas a través de un vado al regreso de los pastos. El primer campesino lleva un ternero sobre los hombros para asegurarse de que llegue a la orilla sano y salvo. El animal, asustado, se vuelve para mirar a su madre, mientras ésta levanta la cabeza y muge. El agua se representa con líneas en zigzag que desdibujan las piernas de los hombres y las patas de los animales. El "portador del becerro" como motivo aislado forma parte del repertorio escénico de otras tumbas.
- También voy a destacar la magnífica escena de Mereruka cazando entre los papiros del Nilo, en especial el detalle secundario que recrea el momento en que se han acorralado a tres hipopótamos que tratan de intimidar a los cazadores con las fauces abiertas y sus poderosos colmillos a la vista. Algunos arpones los han alcanzado. La fiereza del momento contrasta con la imagen idílica de las plantas acuáticas pobladas de ranas y saltamontes.
Las mastabas de la dinastía XVIII.
También són especiales las de la dinastía XVIII en el Imperio Nuevo, entre los reinados de Tutankhamón y deRamses II. De esta época destaca la de Horemheb, el general que acabó siendo faraón, que ya se había hecho su tumba aquí, aunque luego excavara un hipogeo en el Valle de los Reyes para ser enterrado como faraón. Esta mastaba poseía patio porticado con columnas y varias salas donde se narran fundamentalmente en estilo amarniense sus victorias militares en Nubia y Asia.
Los prisioneros aparecen caracterizados con crudeza y con los rasgos distintivos de esos pueblos, mientras que los egipcios lo son con la delicadeza un tanto afeminada y voluptuosa propia del periodo Akenaton. Los relieves son de gran delicadeza, con preciosos detalles de modelado, como las manos de las figuras o las largas túnicas plisadas de los oficiales de Horemheb que son hinchadas por el viento.
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