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domingo, 27 de marzo de 2016

LOS OBELISCOS EGIPCIOS. LA AVENTURA DEL OBELISCO DE RAMSES II EN LA PLAZA DE LA CONCORDIA DE PARIS.

La conocida y bella plaza de la Concordia de París fue creada bajo el reinado del monarca Luis XV, a mediados del siglo XVIII, como un símbolo del absolutismo monárquico de los Borbones en la ciudad.

La plaza de Luis XV planificada desde 1753 y construida, según el proyecto de  Ange-Jacques Gabriel, hacia 1771. Articulaba el paso entro los jardines de las Tullerías y los Campos Elíseos. Al fondo, la iglesia de la Madeleine y en el centro la estatua ecuestre de Luis XV, el promotor de la obra.


Sin embargo, durante la Revolución francesa, será uno de los lugares preferidos por las fuerzas revolucionarias para exhibir propagandísticamente su poder. Sin ningún pudor la Revolución hizo del lugar el "altar de sacrificios" del "Nuevo Régimen", sobre todo cuando la guillotina sustituyó a la estatua ecuestre del rey que la presidía. Allí fueron ejecutados Luis XVI y María Antonieta y otras 1.119 personas, entre ellas el mismo M. Robespierre, durante el período del Terror y en las jornadas siguientes al golpe de Termidor.

La ejecución de Luis XVI el 23 de enero de 1793 en la plaza, rebautizada como plaza de la Revolución. El pedestal se erguía vacío, sin la estatua del rey que ya había sido derribada.


Pasados estos episodios de violencia se decidió rebautizar la plaza como «Plaza de la Concordia», como un intento de reconciliación entre los franceses. Varias décadas después, bajo un nuevo rey, Luis Felipe I de Orleans, y para impedir que el lugar fuese adoptado por una u otra facción de los franceses, se erigió en el centro de la plaza un monumento sin ninguna vinculación con la historia nacional, un obelisco egipcio auténtico. Pero... ¿qué demonios hace allí un obelisco, tan lejos de su Egipto original? Después de muchas vueltas, éste será el motivo de mi artículo.

La plaza de la Concordia hoy en día con el magnífico obelisco de Ramsés II, proveniente del templo de Luxor en Egipto. 



A los lados del obelisco hay dos fuentes construidas después de que el obelisco fuese erigido en este lugar.


La historia egipcia del obelisco en Luxor.

El obelisco de la Plaza de la Concordia de París fue uno de los dos levantados por Ramsés II, faraón de la dinastía XIX  hacia el 1300 a. C., para flanquear el ingreso al templo de Amón en Luxor, Egipto. Conozcamos su historia y veamos primero como se emplazó en este templo.

Debajo podemos ver el obelisco que hacía pareja con el de la plaza de la Concordia de París, que permanece en Luxor, en su emplazamiento original. En la foto también se puede ver la base del obelisco que se trasladó a París, demasiado pesada para trasportarla hasta Francia. Del pedestal sólo se llevaron los relieves de los babuinos y las inscripciones que lo revestían.



La historia de estos obeliscos de Ramsés II en Luxor o de cualquier otro pasaba por las siguientes tareas. En primer lugar, había que labrarlos directamente de la roca en las canteras de Asuán. Tenía que salir de una sola pieza de granito rosa, en este caso, de 23 metros de altura, incluyendo la base. Cuando estuviese listo había que esperar a la inundación para, por medio de una rampa, acercarlos e introducirlos en las barcazas que lo transportaran a lo largo del Nilo.

Los momentos más significativos en la construcción y transporte de  un obelisco.


El traslado era también algo titánico, pues se trataba de una distancia de más de 220 km a lo largo del Nilo, hasta Tebas, la capital del alto Egipto. La hazaña realizada con los monolitos de Ramsés II fue importante, ya que el peso total de cada uno era de 227 toneladas, a lo que había que añadir otras 240 toneladas de las bases y de los bloques transportados para esculpir los colosos sedentes y de pie de los pilonos.


Tan difícil debió ser el traslado como la erección y asentamiento vertical de los monumentos de esta fachada, Delante de los pilonos todavía se conservan uno de los obeliscos y tres de las estatuas colosales de Ramsés II.


Poniéndolos en su contexto, estos obeliscos no fueron ni los más grandes que se hicieron en Egipto ni los más complicados de instalar. Un texto de época de Hatshepsut nos explica cómo de costosa era la tarea. Según la inscripción, se tardaban siete meses en tallar un par de obeliscos de 30 metros en las canteras de Asuán.

El obelisco inacabado de Asuán, el más grande que se conoce, permanece aún en la cantera. Mide casi 43 metros de longitud y se le estima un peso de 1260 toneladas. 


Un relieve del templo funerario de Hapsepsut en Deir el Bahari nos muestra cómo para su transporte se utilizó una gran barcaza, tirada por 27 remolcadores y 3 naves guía, en una operación en la que intervinieron con seguridad más de mil marinos.

Dibujo reconstruyendo los relieves deteriorados del templo funerario de Hapsepsut en Deir el Bahari donde se representa el traslada de un obelisco a lo largo del Nilo.


Otro texto del arquitecto Ineni nos dice que, para transportar hasta Karnak dos obeliscos de 20 metros de alto de Tutmosis I, se construyó una barca de 60 metros de eslora y 20 de manga. De estos obeliscos aún queda en pie uno.

Obelisco de Tutmosis I en Karnak.


Llegados a Tebas los dos obeliscos gemelos fueron instalados en el templo de Amón en Luxor mediante la fuerza de miles de operarios y el uso de rampas de arena y cuerdas. A la magna obra de la rampa necesaria para acercarlos a la obra se sumaba la que había que realizar para elevarlos y el cuidado que había que tener por la tensión de ruptura a la que sometía a los monolitos. No terminaba el trabajo ahí, puesto que a continuación había que retirar las rampas.

Reconstrucción de cómo debía ser la colocación de un obelisco delante de un templo.


Después de esta proeza de ingeniería venía la parte artística y documental que consistía en decorar con jeroglíficos de arriba a abajo el monumento. En este caso había que glorificar al faraón Ramsés II, como vencedor en la batalla de Qadesh y como impulsor de tan magna obra en honor del dios Amón-Ra. Oraciones y alabanzas en bellísimos bajorrelieves rehundidos cubrieron sus superficies.

Detalle del obelisco de la Plaza de la Concordia de París (parte superior). Se representa en bellos relieves rehundidos al faraón Ramsés II haciendo una ofrenda al dios Amón-Ra.


En el basamento del obelisco se representaron varios babuinos sagrados e inscripciones conteniendo los títulos propios del protocolo real. Estos animales estaban asociados con el Sol a causa de los gritos que profieren al amanecer y al anochecer, y que se interpretan como un homenaje al astro rey. La parte superior o piramidón, posiblemente de chapa de electro, se cree que fue robado en el siglo VI a. Cristo. El gobierno francés en 1998 lo reemplazó con un chapitel piramidal dorado.


Y, después de su inauguración hacia el 1300 a. C., este prodigio del esfuerzo de una civilización quedó allí, durante miles de años, al albur del tiempo, la erosión del desierto, las inundaciones y los saqueadores de todas las épocas.

Pilono de entrada del templo de Luxor. Acuarela de François-Charles Cécile, 1800. Museo del Louvre. Este es el estado en el que se encontraba el templo de Luxor cuando llegaron los franceses de la expedición científica de Napoleón (1798-1801). Estatuas y obeliscos de entrada se hallaban enterrados varios metros por encima de su nivel original.



Los obeliscos, ese objeto de deseo de todos los imperios.

La fascinación por la civilización egipcia, por sus pirámides y templos, es algo arraigado en Occidente. En la época contemporánea, fue la expedición de Napoleón la que abrió el deseo por conocer Egipto a Europa. Pero ya fue moda mucho antes, en tiempos del Imperio Romano. En ambos momentos, junto con la admiración y el deseo de conocer mejor a esta cultura hubo un malsano deseo de espoliar algo de ella, de arrancar su espíritu y traerlo a Europa. Como era tarea imposible trasladar edificios enteros, se optó por transportar objetos impresionantes pero más asequibles: estatuas y obeliscos.

Así se imaginaba el pintor Antonio Dante cómo debió ser trasladado el obelisco que Calígula trajo el año 37 para decorar la spina del Circo del Vaticano. Fresco de la Galería de Mapas Vaticana, 1580-83. 


Los obeliscos estaban pensados para impresionar por su altura y durar eternamente. Como hemos visto, su construcción requería una inversión extraordinaria en mano de obra y exigía un vasto despliegue de ingeniería. En esto último eran especialistas los romanos, por lo que fue el mismo Octavio Augusto, conquistador de Egipto, el que empezó a traer obeliscos a Roma para completar la decoración de edificios y espacios monumentales como la spina del Circo Maximo (obelisco Flaminio, hoy en la Plaza del Popolo ) o para formar el gnomon de un reloj de sol en el Campo de Marte (obelisco solare, hoy en la plaza de Montecitorio). Calígula trajo otro para la spina del Circo Vaticano (obelisco de la Plaza de San Pedro). Y el más grande, el Laterano que trajo Constancio II en el siglo IV para completar la decoración del Circo Máximo (hoy en la plaza de San Juan de Letrán).

Doménico Fontana nos ilustra en su libro "Della Transportatione dell´Obelisco Vaticano..." (1590) sobre los cálculos y trabajos de ingeniería que hubo que hacer para volcar y trasladar el único obelisco de los grandes que quedaban en pie en Roma en el siglo XVI, el que se encontraba junto a la Basílica Vaticana y que hubo de trasladar unos centenares de metros hasta la plaza principal de acceso a la iglesia.


Hubo y hay en Roma otros obeliscos espoliados más pequeños y está también el gigantesco que llegó a tener más de 30 metros (erigido por Tutmosis III en el Templo de Amón en Karnak) que Teodosio el Grande se llevó de Karnak para decorar la spina del hipódromo de Constantinopla en el siglo IV. Pero hasta el siglo XIX, la rapiña de los países colonizadores occidentales y la liberalidad de algunos gobernantes egipcios no se conjugaron para permitir que una nueva remesa de obeliscos acabasen como adorno de plazas y parques en París, Londres o Nueva York.

Fue el célebre Jean-Françoise Champollion, descifrador de la piedra Rosetta, quien en su viaje que hizo entre 1828-29 por Egipto el que se prendó de los obeliscos de Luxor, que ya habían llamado la atención de los exploradores de principios de siglo y así se lo dejó caer al gobernador turco de Egipto, Mohamed Alí Pachá.

La misma vista en grabado de Dominique Vivant-Denon en su "Voyage dans la Basse et la Haute Égypte", 1802.



En 1829, Mohammed Alí Pachá, virrey turco de Egipto "donó" a Francia (por el módico precio de 300.000 francos en oro) los dos obeliscos del templo de Luxor en concepto de reconocer su ayuda en la modernización del país. Dar monumentos antiguos como un regalo diplomático no sorprendía en aquel momento a casi nadie, dado el poco respeto que había del patrimonio y que todo el mundo comprendía que era "hacer un brindis al sol". De hecho, el mismo personaje había hecho la misma jugada con los ingleses diez años antes, con uno de los obeliscos esculpidos por el faraón Tutmosis III en el siglo XV a. C. para la antigua ciudad de Iunu (Heliópolis). Todo el mundo comprendía que era un regalo envenenado, ya que trasladarlos hasta occidente se podría convertir en una misión costosa y casi imposible. Por eso el gobierno británico declinó provisionalmente el ofrecimiento y no lo trasladaría hasta 1877. Sin embargo, los franceses se tomaron muy en serio el regalo y se pusieron inmediatamente manos a la obra.

Auguste Couder. Mohammed Alí Pachá, virrey de Egipto entre 1805 y 1848. Óleo sobre lienzo, 75 × 93 cm, 1841. Museo de Historia de Francia, Palacio de Versalles.


El plan para trasladar el obelisco a Francia.

Unos meses más tarde de recibir el regalo del sultán, el Parlamento francés pensó cómo hacer para trasladar al menos uno de los obeliscos del templo de Luxor. En primer lugar, había que hacer un barco especial, el Luxor, en los astilleros de Toulon que fuera capaz de cruzar el Mediterráneo con un monumento rígido de casi 30 metros. La única forma que encontraron para albergarlo en su interior fue haciendo desmontable la popa del barco en seco y, de esa manera, facilitar por ella el ingreso del obelisco en el barco.

Maqueta de 1857 del Museo Nacional de Marina, que explica cómo se realizaría el embarque del monolito.


Las peripecias del viaje y las soluciones que se adoptaron fueron contadas por sus protagonistas en varias publicaciones. Para los miembros de la expedición, el viaje del obelisco será la aventura de su vida y publicarán sus recuerdos del mismo. El más valioso es, sin duda, el de teniente León Joannis segundo del Luxor. Dibujante hábil, sus dibujos y acuarelas ilustrarán pictóricamente su relato de la expedición. Apollinaire Lebas explicará la parte técnica de las máquinas que se crearon para transportar el obelisco. El cirujano de la expedición, Justin Pascal Angelin fue el más rápido. Después de haberse enfrentado a dos brotes de cólera durante el viaje, dedicó su tesis al respecto. También cabe destacar la relación hecha por el hermano mayor de Champollion, publicada en 1833 y la del teniente de la expedición, señor de Saint-Maur Verninac, publicado en 1835.


En abril de 1831, la nave fue terminada y dejó Toulon con 121 hombres a bordo y llegó a Alejandría en junio. No fue hasta el 14 de agosto 1831 cuando finalmente llegó a su meta después de una subida de 850 km a contra corriente por el Nilo hasta llegar a Luxor.

El Luxor en 1832. Óleo sobre lienzo firmado AG, 1834. Ex colección de León Joannis. Museo Nacional de la Marina.


Pero también había que pensar en cómo desmontar el monumento y solucionar tres malas sorpresas aguardan in situ. El ingeniero naval, Apolllinaire Lebas, fue el responsable de las operaciones de desmontaje y traslado del obelisco. La primera de las actuaciones que tuvo que hacer es desenterrar hasta  casi cuatro metros del monumento. La segunda, expropiar los edificios colindantes, ya que estaba rodeado por un pueblo de treinta casas, que hubo que derruir. Y la tercera, extremar el cuidado de los trabajos de vuelco y arrastre hasta el barco puesto que el obelisco tenía una gran grieta de 8 metros de largo que podía arruinar la empresa. Y para rematar los males, una epidemia de cólera causaba terribles estragos en la región ese verano de 1831.

Maqueta de 1857 del Museo Nacional de Marina, que explica cómo se volcó el obelisco.


Ilustración de Leon Joannis que muestra con qué "delicadeza" tumbaron el obelisco.


El 31 de octubre de 1831, todo estaba listo para descolgar el obelisco. Un ingenio principal de poleas y cuerdas manejado por 200 hombres fue necesario para realizar esa operación y arrastrarlo 400 metros hasta el barco. El trabajo dura más de dos meses. El 25 de diciembre, cuando todo está listo y el obelisco ya se encuentra asegurado en el barco, el barco se encuentra embarrancado y hay que esperar al regreso de la inundación... ¡prevista para junio!

Había que esperar a la siguiente inundación del Nilo para poder zarpar.


No fue hasta el 25 de agosto de 1832 cuando el barco pudo dejar la ciudad de Luxor,  un año y diez días después de su llegada. El descenso del río fue difícil y, por tanto, no es hasta el 2 de enero 1833 que el convoy llegó finalmente a Alejandría, donde el clima es demasiado malo para hacerse a la mar. Lo que supone otros tres meses de espera. Por fin, el transporte Luxor parte de Alejandría el 1 de abril de 1833 para cruzar el Mediterráneo, el estrecho de Gibraltar y el Atlántico hasta el puerto de Le Havre. La travesía se hace segura y más rápida, llegando a su destino el 12 de septiembre de 1833 porque es remolcado por el primer barco de vapor que posee la Armada francesa, El Esfinge.

El "Esfinge" remolca al "Luxor", François Roux, acuarela sobre papel, circa 1880-1882. Delalande Galería / París.



Pero todavía falta remontar el Sena y en Rouen el barco debe esperar una vez más a la crecida del río para poder llegar hasta París, donde lo hace el 23 de diciembre de 1833, dos años después de haber sido depuesto de su ubicación original. Sin embargo, permanecerá hasta el verano del 34 en el mismo barco que lo transportó desde Egipto y si entonces se desembarca en el muelle es para quedar en espera de que se decida qué hacer con él pues hay una gran polémica sobre dónde debe ser colocado hasta que se elija la plaza de la Concordia.

Los trabajos para desembarcar el obelisco del barco, detalle de uno de los dibujos del libro "El obelisco de Luxor, historia de su traslado a París y la descripción de los trabajos a los que dio lugar", por A. Lebas de 1839.


Han pasado dos años. Se ha creado una base similar, con granito rosa... pero de Finisterre, para sustituir a la base original dejada en Luxor y, a partir de abril de 1836, se reinician los preparativos para su colocación. Se tiene que llevar hasta la plaza y construir una rampa de 120 metros para elevarlo ... El 25 de octubre de 1836, 200.000 personas se aglomeran en la plaza, mientras una orquesta toca Misterios de Isis de Mozart y 350 marineros izan el monumento a través de sus cuerdas y cadenas. La multitud enloquece cuando terminan las maniobras a las 14:30.

Vista en perspectiva del camino que debía atravesar el obelisco hasta su colocación, del libro de Lebas, 1839.


Cayrac, La erección del obelisco en 1836, acuarela, 1837. Museo Nacional de la Marina.


El obelisco de Luxor erigido ya en la Place de la Concordia de París, F. Bohomme. Litografía, 1836. La multitud vitorea la hazaña.


Champollion no pudo ver el obelisco en tierras francesas puesto que falleció en marzo de 1832.

sábado, 27 de septiembre de 2014

EL PALACIO DE VERSALLES. HISTORIA, CARACTERÍSTICAS ARTÍSTICAS, SUS PRINCIPALES ESPACIOS Y SU TRASCENDENCIA

En este artículo vamos a trabajar en el edificio más espectacular que se erigió en Francia en el siglo XVII y que más repercusión internacional ha tenido hasta la construcción de la torre Eiffel.

ORIGEN Y FINALIDAD DEL EDIFICIO.

Versalles es una localidad a tan sólo 21 kilómetros de París. Luis XIII, atendiendo a esta cercanía, había construido un pequeño palacete en forma de U para poder retirarse a descansar y cazar sin alejarse de la capital. Su hijo Luis XIV comprendió enseguida las ventajas de estar a dos pasos de París, pero a su vez ajeno a los inconvenientes de la gran ciudad y sus peligrosas algaradas.

El palacio antes de la ampliación de Mansart, 1668.




El palacete de Luis XIII resultaba pequeño para las pretensiones del nuevo Rey Sol, por lo que encargó sucesivamente su ampliación y enriquecimiento a Louis Le Vau y a Jules Hardouin Mansart. El monarca quería que el resultado final fuera un edificio escaparate colosal y esplendoroso de su reinado cumpliendo a su vez con la función de dar cabida a los servicios administrativos de la Nación, servir de residencia a 20.000 personas y satisfacer los gustos estéticos y los ratos de ocio del rey. Pero, por encima de todo, el palacio debía ser el escenario magnífico que glorificara a Luis XIV ante su pueblo, los embajadores extranjeros y la historia.




INFLUENCIAS DEL PALACIO.

En la génesis de este palacio se tomaron como referencias otras construcciones que se habían venido haciendo desde el renacimiento.
  • El palacio de El Escorial, construido por Felipe II en España, que había sido un edificio muy importante en la arquitectura francesa durante la primera mitad del siglo XVII, no se consideró como modelo conveniente porque era demasiado sobrio, lo que iba en contra del gusto de Luis XIV. Sin embargo, de él se recoge la idea de que el edificio fuese la imagen más expresiva de la grandeza que quería ofrecer el monarca de sí mismo. También se toman las ideas de colosalismo y de edificio simbólico.
  • Los palacios parisinos del Louvre y de las Tullerías eran palacios urbanos que estaban limitados en tamaño De ellos se recogerán el estilo clasicista de utilización de fachadas monumentales con columnatas y la creación de jardines geométricos.
Luis XIV quería algo único, por eso Versalles será el compendio de todo.


CARACTERÍSTICAS ARTÍSTICAS.

Planta.

Al tomar como base el pabellón antiguo en forma de U de Luis XIII, los arquitectos desarrollaron un edificio que recubría el anterior y que se prolongaba en forma de alas alargadas (ampliación de Mansart), con patios internos y pasillos de distribución que actuaban como palacios autónomos por sí mismos. El ala de la derecha se destina a los despachos de la administración y el de la izquierda para los príncipes. Las habitaciones reales están en pleno eje central del conjunto, siguiendo la simbología centralista.



El resultado fue un palacio de más de más de seiscientos metros de contorno con dos fachadas: una abierta a la ciudad y otra de acceso a los jardines. Nunca antes se había construido fachada tan monumental.

Materiales.

La parte antigua refleja influencia de los austrias españoles, puesto que es visible el ladrillo en la fachada y la pizarra en los tejados abuhardillados, pero la parte más nueva está construida con una caliza blanca resplandeciente ante los rayos del sol, luz simbólica que buscaba premeditadamente el rey.


Fachada.

El conjunto principal es bastante clasicista, sobrio y majestuoso:
  • Base alta con sillares almohadillados que se inspira en los palacios italianos renacentistas.
  • El cuerpo intermedio, de dimensiones exageradas, se estructura a la manera que ya lo hiciera el Coliseo: pilares macizos que sostienen arcos de medio punto, que a su vez están decorados por pilastras jónicas que sostienen un entablamento ornamental. Los arcos son grandes ventanales que dan luz al interior. Para romper la monotonía de cientos de metros con esta estructura, la base y este primer piso se adelantan de vez en cuando creando terrazas a modo de palco donde se refuerza el decorativismo con columnas exentas y esculturas coronando el entablamento.
  • El siguiente piso, el ático, es el más bajo, con ventanas rectangulares y una estructura balaustrada que lo remata a modo de crestería, que sirve de base a una decoración escultórica  de jarrones y trofeos.

Interior.

El arquitecto Le Brun fue el encargado de decorar lujosamente los interiores del palacio. Se pretendió acentuar el lujo con un derroche de materiales y objetos preciosistas. Las remodelaciones del siglo XVIII en estilo rococó fueron añadiendo más excesos ornamentales, trabajos de porcelana y mobiliario recargado.



En la zona pública destaca el Salón de los Espejos, antigua terraza que daba al jardín, cubierta y cerrada por Mansart. Es un espacio alargado de 75 metros, una sala de fiestas y de recepción. Todo está dispuesto para crear sensaciones y sorpresas en quien la recorre: asombrarse por el lujo de todo lo que le  rodea (dorados, cristalería, esculturas, mármoles rojos…); descubrir el espacio ilusorio que agranda la estancia con los espejos y que refleja la luz del jardín; admirar las vistas del parque que se pierde en la lejanía; comprender la grandeza militar de Francia a través de la victorias de Luis XIV que se narran en las bóvedas…

También es notable la capilla real, construida por Mansart en 1710, como un escenario grandioso donde se representaba los actos religiosos que el rey avalaba con su presencia desde la tribuna.
Los espacios privados: habitaciones de la familia real son de menor tamaño pero no exentas de un lujo desenfrenado.

Los jardines.

El parque fue diseñado por André Le Notre, que convirtió el bosque en una especie de arquitectura de planos geométricos, creando un modelo de jardín, copiado durante siglos después por todos los monarcas europeos. En estos jardines el Rey Sol daba sus fiestas cortesanas entre parterres geométricos, fuentes, cascadas, estatuas, cuevas y construcciones menores. Todo en este jardín responde a un plan simbólico y a esquema racionales de simetría y orden.




TRASCENDENCIA

El palacio de Versalles sirvió con creces para exaltar el inmenso poder del régimen absolutista y de la hegemonía de Francia en Europa. Versalles estableció una nueva concepción de urbanismo abierto, que está en contacto con la naturaleza, siendo el modelo a seguir por la arquitectura palaciega de toda Europa. En España se hizo sentir con fuerza en construcciones como el Palacio Real de Madrid, el Palacio de la Granja de Segovia o el Palacio de Aranjuez en Madrid.

En otros lugares destacan los intentos de réplicas con mayor o menor fortuna que levantaron, por ejemplo, Luis II de Baviera (el Herrenchiemsee) o el Marajá de Kapurtala.

AHORA CONTEMPLA ESTA PRESENTACIÓN EN SLIDE, QUE REFLEJA SÓLO UNA PARTE INSIGNIFICANTE DE LO QUE SE PUEDE VER EN ESTE EDIFICIO.


LA ARQUITECTURA ROCOCÓ EN FRANCIA, CENTROEUROPA Y ESPAÑA. ORIGEN, CARACTERÍSTICAS Y PRINCIPALES OBRAS.

ORIGEN Y DEFINICIÓN.

El Rococó es una tendencia artística surgida en Francia a principios del siglo XVIII como sublimación del abigarramiento decorativo barroco. Este estilo apenas duró setenta años en Francia, entre los reinados de Luis XV y Luis XVI, siendo ahogado por el purismo neoclásico y la Revolución Francesa. El ser un estilo prácticamente ornamental y, por tanto, superfluo le reducirá al ámbito exclusivo de la aristocracia, no calando ni en el gusto popular ni en el de la Iglesia, que seguirán apostando por un estilo barroco más tradicional. Por su parte, la burguesía revolucionaria identificará a este estilo con el Antiguo Régimen y se decantará por el sobrio neoclasicismo.
Su momento álgido llegará durante la década de los 30, que es cuando triunfará en Centroeuropa, especialmente en el reino de Baviera y en el Imperio Austriaco. Será en estas regiones donde se erijan el mayor número de obras y donde, además, el Rococó se extienda no sólo a las residencias señoriales sino también a la arquitectura civil y religiosa. El Rococó en Alemania es reconocible hasta en las fachadas.

En España se introducirá con la nueva dinastía borbón, que inaugura Felipe V, y se confundirá con la tendencia nacional conocida como churrigueresco al unirse los motivos decorativos franceses con los de creación propia española. De forma más pura aparece en el Levante español (Valencia y Murcia) y en la corte, donde son buena muestra los interiores de los palacios reales de la Granja, Aranjuez y de Oriente y las iglesias de San Miguel y de las Salesas Reales de Madrid.

CARACTERÍSTICAS.
  • El Rococó, salvo en Centroeuropa, apenas es perceptible en el aspecto exterior de los edificios, manteniéndose en una "ortodoxia" barroca, incluso clasicista en algunos casos. En cambio, los interiores, sobre todo los de los palacios, sí fueron objeto de transformaciones notables  por la exuberancia decorativa. Se prefieren salas de dimensiones acogedoras más que los grandes espacios. Es un estilo más intimista.
  • Las formas decorativas que más se utilizaron están basadas en líneas curvas y sinuosas, cuyo desarrollo parece no acabar. Su motivo principal es la "rocalla", una forma ameboide formada por hojarasca, flores y conchas, que a menudo se utiliza para enmarcar asimétricamente cuadros, frescos, espejos, encuadernaciones... También sirve para unir elementos espaciales distintos. El material con el que está hecho suele ser de estuco dorado o madera, pues los materiales más duros difícilmente hubieran podido sido tratados con la flexibilidad de estas nuevas formas.
Rocaille o rocalla.




  • En este estilo también encajan temas exóticos de inspiración chinesca, que bien en relieve de porcelana o bien en seda tapizan el interior de algunas salas temáticas de los palacios. Los motivos son variados: faisanes, puentes, comerciantes de porcelanas, paisajes con pabellones....
  • Las salas se iluminan con tapizados atrevidos y coloristas.
  • El diseño del mobiliario y de los pequeños objetos decorativos cobra mucha relevancia. El mueble reduce sus dimensiones y se convierte en un objeto de formas onduladas donde las patas se curvan y los cuerpos se abomban. Aparecen nuevos muebles como la rinconera, las cómodas, el canapé o el escritorio. Porcelanas, relojes, cristalería y cubertería se adaptan a este estilo curvilíneo.
Chateau vauxde Viconte. Dormitorio Luis XV.

EL ROCOCÓ EN FRANCIA.

- GERMAIN BOFFRAND: decoración del Hotel Soubisse, París. 1734
- ROBERT DE COTTE: decoración de la Galería dorada del Hotel la Vrillière, París.
- EMMANUELLE HÈRÉ DE CORNY: Plaza Stanislas en Nancy.1752

EL ROCOCÓ EN CENTROEUROPA.

- JOHANN MICHAEL FISCHER. Iglesia de la abadía de Ottobeuren. 1747
- BALTASAR NEUMANNPalacio arzobispal de Würzburg 1744, e  Iglesia del Santuario de Vierzehnheiligen 1743.
- DOMINIKUS ZIMMERMANN: iglesia  del santuario de Wies. 1745-54
- M. D. PÖPPELMANN: el Zwinger de Dresde.1709
- Hermanos ASAM: Iglesia de San Juan Nepomuceno, Munich, 1733-35 e iglesia de los agustinos de Rohr (altar), 1717-25

EL ROCOCÓ EN ESPAÑA.

- HIPÓLITO ROVIRA E IGNACIO VERGARA: Palacio del Marqués de Dos Aguas. Valencia. 1740
-JAIME BORT: fachada principal de la catedral de Murcia, 1736-54
- TEODORO ARDEMANS: palacio de la Granja. Segovia. 1721
- JACOPO BONAVÍA: palacio de Aranjuez e iglesia de San Miguel de Madrid.1739
- JOSEPH GRICCI: Gabinete de porcelana chinesca del palacio de Aranjuez, 1763
- MATIAS GASPARINI: salón Gasparini del Palacio de Oriente. Madrid. 1761

Para ver los edificios citados contempla la presentación que viene a continuación. LLeva el orden de los autores antes expuestos .



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1.- ¿Por qué el Rococó francés es básicamente de espacios interiores?

2.- ¿De qué zonas de Centroeuropa hemos visto rococó? ¿Por qué? ¿Por qué es tan utilizado en las iglesias?

3.-¿Por qué no hemos incluido en el Rococó español a arquitectos como los Churriguera, Pedro de Ribera o Filipo Juvara? Razónalo explicando cuáles son sus obras más importantes y en qué se diferencian con las que hemos visto.