martes, 7 de octubre de 2014

ALEJANDRA CABALLERO. EL INICIO DEL VIAJE, HABITACIÓN DE HOTEL Y VACACIONES.

Alejandra Caballero (Madrid, 1974) nos ha regalado este verano tres nuevas obras cargadas de encanto donde la mujer, captada en momentos íntimos de soledad, sigue siendo el centro de su atención. Son cuadros bellísimos que merecían un nuevo artículo en este blog. Qué mejor forma de agradecer su detalle que ofrecer a una colaboradora y admiradora de su obra, Calíope, que nos deleitara con sus impresiones acerca de los cuadros. Espero que os guste este recorrido poético.

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Si algo caracteriza a Alejandra Caballero es la quietud profunda presente en sus obras. Una cotidianeidad íntima (semejante a la de los flamencos holandeses), acompañada de una pincelada difusa, dan como resultado la impresión de languidez, como si estuviera diluido. A su vez los tonos destilan armonía y suavidad, transmiten paz, sensación de nostalgia, de profunda calma, de serenidad.

Alejandra Caballero. El inicio del viaje, 2011. 81 x 73 cms.

Centrándome en El inicio del viaje es muy característica la negación del rostro de ella, como si estuviera destinada a comenzar a rehacerse, a empezar una nueva vida. La presencia del perro no hace más que acompañar este gesto, pues aunque ella va a emprender su viaje, no abandona esa parte de sí misma que simboliza el mayor amigo del hombre, sino que continúa evolucionando, con el hogar y su trayectoria a sus hombros.

También son significativas las dos puertas presentes en el cuadro. Una, llena de luz, a la que guía el pasillo central abierta de par en par, abre el paso a nuevas expectativas, a un paisaje desintegrado, lo que aún está por vivir, pero que la está esperando. En cambio la puerta que se posiciona tras ella es oscura, como si dejara el pasado o al menos un mal recuerdo atrás.

La misma posición sosegada pero indecisa de ella advierte de ese estado meditabundo que precede a las grandes decisiones. Tocada por la luz, la mujer se deja llevar por esa atmósfera refulgente, ese nuevo mundo, al que curiosamente el perro da la espalda, y ni siquiera hace el ademán de agarrar la maleta, pues se nos revela en ese instante de diálogo con uno mismo. El color blanco de la maleta produce un fuerte contraste con la indumentaria negra de ella, en relación a la sombra que aún la acecha detrás, la puerta ya mencionada, y que aún le cuesta dejar atrás, de la que aún está empapada. Todo este simbolismo aporta al conjunto la sensación de sublimación de la escena, como si fuera onírica, imprecisa, lo que se relaciona con el tema descrito.

A su vez, en el hermoso tapiz que es el suelo (que da cuenta de la diversidad del camino de la vida) convergen los tres tonos vagos e imprecisos que integran el cuadro: el azul pálido (que corona el horizonte y el marco de la puerta de salida), el siena que invade toda la pared y que a veces se torna sangriento pero otras se ve asediado por el blanco sucio o mejor, el gris más puro que irradia la puerta y el exterior y que es hacia donde, como ella, se dirige nuestra vista, al futuro, ese instante de presente que es el cuadro y el pasado que se esconde tras la puerta negra.

Alejandra Caballero. Habitación de hotel, 2011. 81 x 100 cms.

El de La Habitación de Hotel es aún más íntimo si cabe. El momento que Caballerocomparte con nosotros es único, tiene un encanto personal, pues aunque es un gesto cotidiano, está tratado de forma natural y ahí se encuentra el hechizo, en esa atmósfera de nuevo borrosa, impresionista, de pincelada temblorosa, palpitante y amplia, que trasmite vacilación y una alta quietud.  De nuevo nos encontramos en un espacio cerrado, concretamente, en el ángulo de unión de dos de las paredes. Si algo rompe el equilibrio de los tonos eso es el rojo, intenso y evocador, de la falda de ella, que vistiéndose, da la espalda a la ventana, punto de luz (que sitúa el desequilibrio del encuadre fotográfico, de nuevo tan impresionista), poniéndose el sujetador, concentrada, con la cabeza gacha. El recurso del espejo rompe la calidez del ambiente con tonos no ocres y rojizos, sino verdosos y pardos, acompañado de un escaso mobiliario que hace notar la estancia en el hotel, (frugal y escasa), así como la tristeza del suelo o lo tenues que son las sombras que proyectan la mujer y la silla.

A destacar por último podemos señalar el pórtico en relieve que sobresale de la pared central, del color de la misma, y que llama la atención tanto por su sencillez rústica como por su presencia. Podría aventurarse que alude a la falta de libertad de ella, que busca la propia soledad dando la espalda a la ventana, así contribuye más a la sensación de un momento tan fugaz (rescatado como bello al igual que la mitificación que los impresionistas hacían de lo más trivial), vivido un instante, pero no por ello menos importante.

Alejandra Caballero. Vacaciones, 2011. 73 x 100 cms.

En Vacaciones, más de la mitad de la obra es un paisaje. De nuevo esos tonos pálidos, azul y amarillo, mar y arena, que se mezclan y encuentran su unión en el cielo, de un azul traqueteado por manchas de un ocre pálido, que se comen los últimos restos del horizonte. En el margen izquierdo la mirada perdida de una figura femenina observa meditativa en un momento totalmente casual, dicho paisaje. Es casual porque vemos que ni ha terminado de salir de un edificio del que solo contemplamos las puertas abiertas de par en par, de nuevo esa liberación, esa salida, esa vida respirable. El propio nombre del cuadro, Vacaciones, es visible en el calzado de ella, en su cabello recogido, su vestido instigado por el viento, su actitud de estar sumida en sus pensamientos, quizá el paisaje la propicia a ello y le sirve como telón de fondo. Se aprecia un blanco edificio empequeñecido por la distancia, de sinuosidades de tierra entrometiéndose en el mar.

Por Calíope.

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Los cuadros se han expuesto en la colectiva de verano (Julio) de la Galeria Jordi Barnadas de Barcelona. Para ver más cuadros de la artista os recomiendo esta presentación y el artículo que le dediqué allá por Mayo.



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