John William Waterhouse (1849-1917) fue un artista camaleónico. Bernard Shaw comentó en un tono ácido en una ocasión: "recordar a otros artistas es una de las especialidades del señor Waterhouse". Tal crítica parece totalmente injusta a tenor de las grandes obras que nos ha dejado. Es verdad que su estilo cambió en varias ocasiones a lo largo de su carrera, pero se mantuvo coherente en un estilo de pintura de evocación histórica y con gran dominio técnico del color. En este artículo quiero dar a conocer un poco su obra y de paso ahondar en el cuadro que más me fascina de su producción, La dama de Shalott de 1888.
John William Waterhouse. La dama de Shalott (The Lady of Shalott), 1888. Óleo sobre lienzo, 153 cm × 200 cm. Tate Gallery, Londres.
Formación académica y primer estilo clasicista.
Nació en Roma donde su padre trabajaba como pintor. Sin embargo, a mediados de los 50 la familia regresó a Inglaterra, donde aprendió el oficio con su padre. No obstante, en 1871 se matriculó en la Royal Academy Schools, desde donde empezará a labrarse una carrera como pintor victoriano. En este periodo inicial es muy marcada la influencia en su obra de pintores como Frederick Leighton y, sobre todo, Alma Tadema. De este último recoge la inspiración de ambientar sus temas en el mundo romano, en hechos intrascendentes de la vida cotidiana (Los dioses lares, 1880) o en anécdotas protagonizadas por personajes históricos (Las favoritas del emperador Honorio, 1883). El mejor cuadro de esta etapa es Santa Eulalia de 1885, con el que se presentó para ser elegido como socio en la anterior institución. El tema se centra, como muchos de los cuadros que realizará posteriormente -y en eso se diferencia de Tadema-, en el trágico destino de una joven mujer, en este caso por haberse negado a honrar a dioses paganos.
Waterhouse. St. Eulalia. Óleo sobre lienzo, 117,5 x 186 cm. Tate Gallery, Londres.
Santa Eulalia es un magnífico cuadro que refleja fidelidad arqueológica en el escenario escogido, se supone que uno de los foros de Emérita Augusta a comienzos del siglo IV. El escritor latino Prudencio narró el martirio poniendo especial atención en las morbosas heridas y quemaduras que se le practicaron a la santa, lo que el artista omitió por no ser del gusto de la sociedad aristocrática de la época. A cambio, se recreó en la imagen impactante del bello cadáver de la joven tendido en el suelo con un atrevido escorzo y la captación de las condiciones atmosféricas también referidas por el hagiógrafo como parte del martirio/milagro.
El prerrafaelismo.
En 1886 el artista asistió a una exposición de John Millais y fue desde entonces que empezó a interesarse por el movimiento prerrafelista. Éste había sido fundado por Millais, Hunt y Rossetti en 1848 y sólo había logrado mantenerse unido hasta 1853, pero su estilo e ideas seguirían influyendo en la pintura inglesa a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XIX, generando una "segunda generación" de artistas que también fueron considerados del movimiento aún sin haber estado en el núcleo fundacional. Entre estos artistas hay que destacar a William Morris (1834-1898), a Edward Burne-Jones (1833-1898), a Arthur Hughes (1832-1915) y a nuestro pintor, John William Waterhouse (1849-1917), el más joven y tardío de todos ellos y el que prolongó el prerrafaelismo hasta el siglo siguiente.
Waterhouse. Windflowers, 1903.
Así pues, desde finales de los 80 los temas clásicos del academicismo de Leighton y los costumbristas del mundo grecorromano de Tadema quedan poco a poco apartados por los temas del prerrafaelismo, preferentemente los de mitos y episodios mágicos de la mitología de la Antigüedad y de la Edad Media Británica. En ellos, las mujeres seductoras o con destinos trágicos son las protagonistas. La reconstrucción arqueológica también pasa a un segundo plano y las localizaciones de estos encuentros fantásticos pasan a ser los bosques, los ríos, los lagos y las costas inglesas. La iconografía creada por Waterhouse será la siguiente:
- Le interesa especialmente los sucesos mágicos de La Odisea de Homero. De sus pinceles salen algunas de las recreaciones contemporáneas más expresivas de episodios como Ulises y las sirenas (1891) o de la hechicera Circe (1891, 1892, 1911) o de Penélope y sus pretendientes (1912).
Waterhouse. Ulises y las Sirenas, 1891.
- La mujer de la Antigüedad unida a un destino fatal que la convierte en verdugo y víctima a la vez está presente en muchos cuadros: Mariamne (1887), Pandora (1896), Las Danaides (1904 y 1906) o Jasón y Medea (1907).
- Mujeres, diosas, musas o seres mágicos con forma de mujer que habitan los bosques y los mares (ninfas o náyades y sirenas) pasan a configurar el catálogo de imágenes más sensuales que creó el pintor. En ellas puede representar bellísimos desnudos femeninos sin escandalizar a la sociedad de su tiempo.
Waterhouse, Hylas y las ninfas, 1896.
- Las baladas y los romances medievales, en especial los del ciclo artúrico, al que pertenece la obra a analizar, son otras de las fuentes de inspiración. En realidad son estas leyendas pasados a través del tamiz de William Shakespeare y de poetas contemporáneos como Alfred Tennyson: Ofelia (1889 y 1894), La dama de Shalott (1887, 1894 y 1916), (1889), Miranda y la Tempestad (1916), Tristán e Isolda (1916) o La bella Rosamunda (1917).
- La literatura medieval italiana que tanto inspiró a Rossetti también aparece: Dante y Beatriz (1915) o Cuento del Decamerón (1916).
Si la obra de Waterhouse encaja temáticamente en el primer prerrafaelismo, se diferencia de éstos en haber sabido adoptar técnicamente algunas aportaciones impresionistas. Creo que su pincelada es mucho más ágil y en absoluto aspira a mostrarse detallista y acabada. Con ella consigue crear paisajes de atmósferas vaporosas e instantes lumínicos que nos introducen a la perfección en la fantasía mágica. Por otro lado, su paleta se torna mucho más pura y de brillantes colores. En algunos detalles se puede apreciar incluso la influencia de la pintura japonesa, tan común en los pintores de finales de siglo XIX.
La delicadeza de las estampas japonesas puede verse reflejada en este detalle de los pájaros entre el cañaveral de La dama de Shalott.
La dama de Shalott, 1888.
Este cuadro titulado en inglés The Lady of Shalott se inspiró en un poema homónimo de Alfred Tennyson publicado en 1842, que estaba a su vez inspirado en una leyenda artúrica. Waterhouse se centró en los versos
"Y en la oscura extensión río abajo
-como un audaz vidente en trance,
contemplando su infortunio-
con turbado semblante
miró hacia Camelot.
Y al final del día
la amarra soltó, dejándose llevar;
la corriente lejos arrastró
a la Dama de Shalott."
-como un audaz vidente en trance,
contemplando su infortunio-
con turbado semblante
miró hacia Camelot.
Y al final del día
la amarra soltó, dejándose llevar;
la corriente lejos arrastró
a la Dama de Shalott."
El poema cuenta la historia de Elaine, la dama de Shalott, que estuvo presa durante años en una torre situada en la isla de un río donde su única actividad era tejer. Sabía que no debía mirar nunca a través de la ventana porque, si lo hacía, caería sobre ella una terrible maldición. Así que se dedicaba a observar el mundo exterior a través de un espejo. Cuando un caballero, sir Lancelot, pasó junto a la torre montado en su caballo y cantando, la doncella se enamoró de él instantáneamente. La joven abandonó su telar y corrió hacia la ventana, pero entonces el espejo se rompió y ella entendió que había sido maldecida. Salió de la torre y subió a un bote, navegando a la deriva hacia Camelot y hacia su muerte.
El pintor plasmó dos escenas más del mismo poema en años posteriores, pero de ellas no emana la poesía que vemos en la obra primera.
Waterhouse. La dama de Shalott mirando a Lancelot, 1894. En su precipitación por observar al jinete que pasa se enreda con los hilos de su telar y rompe el espejo del fondo.
La expresión de la modelo, con la cabeza inclinada hacia arriba, recuerda a la de Lizzie Siddal en la pintura de Dante Gabriel Rossetti Beata Beatrix (1864-1870). En ambas se plasma la inminencia de la muerte, las dos se abandonan a la muerte pero aún inhalan los últimos suspiros de vida. De las tres velas que pueden verse en la proa del bote, dos han sido apagadas por el viento, lo que indica que la dama se aproxima al final de su viaje y de su vida.
Las hojas que flotan sobre el agua no sólo representan el otoño de la vida sino también la noción victoriana de la "mujer caída", de una mujer que ha sucumbido a la tentación sexual. Este detalle recuerda a la pintura de John Millais Ofelia (1851), una obra con un tema similar y abundantes símbolos de la naturaleza. Son dos mujeres enajenadas que mueren por amor.
El detalle del agua, de las hojas y de la temática trágica nos puede recordar a la Ofelia de Millais, pero técnicamente podemos ver unos toques de pincel que encajan en la pintura impresionista.
Waterhouse se centra además en otros detalles simbólicos y coloristas que me encantan. La mano que desprende la cadena que mantenía amarrado el bote a la isla adquiere un significado metafórico: la cadena representa el miedo que sujeta a la dama a la indefinida y misteriosa maldición que la había mantenido encerrada en la torre, pero también simboliza que la liberación se realiza por su propia mano.
Tendido sobre el bote puede verse el bordado que la dama ha estado tejiendo durante su cautiverio. En los círculos están algunas de las escenas que vio a través del espejo durante los años en que estuvo encarcelada. Ese mundo exterior que por querer alcanzarlo le costó la vida.
Imágenes de gran calidad de las obras de Waterhouse en la página de Art Renewal Center Museum.
Me ha encantado la explicación de este cuadro. Muchísimas gracias, me ha ayudado bastante.
ResponderEliminarDe nada, Ester. Vuelve pronto.
ResponderEliminarmagnífico trabajo.
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