Ukiyo-e, "pinturas del mundo flotante o en mutación", es el nombre poético que se le dio a un género artístico de estampa japonesa nacido durante el próspero periodo Edo (1603-1868). El término "ukiyo" hace referencia a la enseñanza budista de que todo es ilusión, pero también expresa la búsqueda que realiza el hombre por conseguir el placer efímero e intranscendente.
Merece la pena tratar este estilo porque es importante para entender, en primer lugar y en clave regional, la revolución pictórica que supuso en Japón; y en segundo lugar y en clave universal, para comprender la influencia tan notable que ejerció sobre la pintura occidental de la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX.
Katsushika Hokusai. Treinta y seis vistas del Monte Fuji. La gran ola de la costa de Kanagawa, 1831. Composición
Imperaba a comienzos del siglo XVII en Japón un estilo aristocrático o "académico", representado por las escuelas Kano y Tosa, caracterizado por su estética decorativista, a menudo monocroma, y por su seguidismo del arte chino. Lo que fue una novedad en los siglo XIII a XV se había anclado en repetitivas imágenes del boato principesco, en retratos muy formales de personajes míticos, santos y profetas y en pinturas de paisajes idealizados que reflejaban vistas etéreas a menudo de China, una tierra extraña.
Retrato del shogún Minamoto Yoritomo que vivió a finales del siglo Xi, pintado por un pintor anónimo del siglo XIII.
Sesshu Toyo. Paisaje invernal Ama-no-hashidate. Hacia el 1500.
El Ukiyo-e vino a ser una reacción, el nacimiento de un estilo popular que se planteaba nuevos horizontes, mucho más libre para evolucionar, y que, sobre todo, quería penetrar en el espíritu propio japonés. Con el paso del tiempo, este estilo eclipsará a la pintura tradicional. Dos fueron los factores claves para que a partir del siglo XVII la pintura ya no fuera un privilegio de la élite de la sociedad y que fuera compartido con el pueblo llano:
1.- El surgimiento de una clase burguesa. Los más de 250 años de paz mantenidos por los shogunes Tokuwaga desde comienzos del siglo XVII propiciaron cambios en la sociedad feudal tan estrictamente estratificada del Japón. En los prósperos centros urbanos de Edo (actualmente Tokio), Osaka, y Kioto surgió una clase de mercaderes enriquecidos, que si bien formaban parte del pueblo llano, tenían poder adquisitivo y libertad para disfrutar de actividades de ocio. Los pasatiempos preferidos de estos ricos comerciantes eran visitar los burdeles de geishas y asistir a los kabukis (espectáculos mezcla de drama y de danza tradicional) y a las luchas de sumo. Pero entre sus gustos también se desarrolló un aprecio por las obras pictóricas, siempre y cuando éstas se adaptaran a sus gustos estéticos y trataran de imágenes cercanas y de sus entretenimientos.
Hiroshige, Utagawa . Vista de los teatros Kabukis en el distrito Sakai-cho de Edo, 1838.
Los editores de libros e impresores de imágenes comprendieron que se abría ante ellos un volumen de negocio importante e impulsaron a los artistas a que trabajaran nuevos temas: atractivas imágenes de la vida urbana y de los personajes de los que gustaba esta nueva clase social ascendente (cortesanas hermosas, robustos luchadores de sumo y actores populares). El sexo explícito, que era un tema prohibido, también apareció de forma continua en los impresos ukiyo-e, creando un subgénero muy codiciado conocido como shunga. Los paisajes y las escenas populares se hicieron un subgénero importante y apreciado ya en el siglo XIX.
Masanobu Okumura. Una escena de una obra Kabuki, 1741-44.
2. Los avances técnicos en la impresión xilográfica (o técnica de grabado en madera), con la que se imprimían los libros desde el siglo VIII posibilitó la reproducción en serie de imágenes a bajo coste y dio pie a la circulación masiva de los ukiyo-e, las imágenes de un mundo efímero. Aquel que no podía acceder por su elevado coste a una obra de gran tamaño y sobre tela de los grandes maestros, sí que podía hacerse con un pequeño grabado realizado en serie. Inicialmente, los primeros impresos xilográficos, estuvieron vinculados a los libros como ilustraciones de los mismos en blanco y negro, aunque en ocasiones se coloreaban después a mano. Hacia el siglo XVIII, en Japón había más de 1500 editoriales que satisfacían la demanda por parte del público de libros de géneros tales como la ficción, la poesía, los clásicos y las guías de viajes. Pronto los impresores vieron el gran negocio que suponía la venta de estas xilografías por separado.
Suzuki Kiitsu. Vendedores de farolillos, 1832.
Los pintores de ukiyo-e de los siglos XVII y XVIII.
Al comienzo, las ilustraciones eran creadas por artistas anónimos, pero, en la década de 1670, Hishikawa Moronobu (h. 1618-1694) se hizo tan conocido como ilustrador que empezó a firmar sus obras. El fue el que más contribuyó a la popularidad de los ukiyo-e cuando empezó a publicar sus imágenes en forma de láminas independientes del texto. Su ilustración Hombre joven coqueteando con una cortesana es uno de los primeros ejemplos del género shunga, cuya traducción literal sería "imágenes de primavera", que era como se llamaba eufemísticamente a realizar actos sexuales. Este tipo de imágenes eróticas y otras aún mucho más explícitas constituían una parte sustancial de la obra y de los ingresos de muchos artistas de la pintura ukiyo-e, pese a estar prohibidas como obscenas. Aunque en estos casos, los trabajos no fueran firmados para no ser denunciados por la autoridad, todo el mundo conocía el estilo de sus ilustradores y sabía distinguir la obra de cada uno de ellos.
Hishikawa Moronobu, Hombre joven coqueteando con una cortesana, h. 1680. Xilografía, 26 x 37 cms.
Moronobu representa la vida cotidiana en el barrio de la prostitución de Yoshiwara (actual Tokio) del periodo Edo. La zona era puro ajetreo, con sus casas de té y sus bellas cortesanas exhibiéndose en las jaulas de las fachadas de los burdeles.
Hishikawa Moronobu. Serie 'Yoshiwara no tei', el vestíbulo de un burdel. C. 1680.
Estas láminas independientes se pusieron rápidamente de moda y empezaron a ser valoradas artísticamente. Los editores conscientes de esta demanda empezaron a encargar a los artistas que diseñaran llamativos grabados en los que se representara estas imágenes de esta vida disoluta e intrascendente en los barrios de diversión de la ciudad y que también se retrataran a los actores y a las "bellezas" diversas que trabajaban en estos locales.
Torii Kiyomasu. El actor Fujimura Handayu como Keisei, h. 1700. Xilografía, 33 x 16 cms.
Torii Kiyomasu (a. 1697-1722) se especializó en la pintura yakusha-e (imágenes de actores). Estos grabados a menudo se utilizaban para publicitar espectáculos. su retrato El actor Fujimura Handayu como Keisei muestra al artista vestido con una túnica decorada y salpicada de elementos caligráficos. Sus líneas elegantes y fluidas y sus pinceladas con forma de cuña son típicas de la obra de Kiyomasu.
Suzuki Harunobu. Doncellas paseando delante de un puente de tablas, detalle.
Para resultar más atractivos y poder así comerciar con ellos, los primeros grabados se pintaban a mano con un número reducido de colores. En la década de 1740 aparecieron los grabados coloreados, el benizuri-e (imagen roja) que fue un paso intermedio hacia la policromía total. La voluntad de producir grabados a todo color desembocó en la invención en 1765de nuevas técnicas de xilografía, los nishiki-e (pinturas brocadas), por parte de Suzuki Harunobu (h. 1725-1770). El efecto policromado se conseguía superponiendo varios bloques. Sus suntuosos colores recordaban a los de los brocados de seda (o nishiki). El trabajo de los grabadores y talladores de bloques se fue volviendo cada vez más sofisticado.
Suzuki Harunobu. Doncellas recogiendo sal en la playa Tago-no-ura con el monte Fuji al fondo, 1767. Xilografía en color 28 x 20,5 cms.
Ahora ya era posible reproducir fielmente los pequeños detalles de las fluidas y delicadas líneas de los dibujos de los artistas. Los grabados coloreados de Haronobu, en los que se representaban elegantes jóvenes, como en Doncellas recogiendo sal en la playa de de Tago-no-ura con el monte Fuji al fondo, tuvieron un éxito comercial inmediato. Harunobu yuxtapuso magistralmente los colores en los vestidos a rayas y a cuadros en esta imagen. Sus temas a menudo estaban inspirados en la poesía clásica, pero las figuras estaban siempre situadas en entornos contemporáneos y se ponía especial atención en los peinados y los vestidos de la época. El artista llegó a publicar centenares de estas imágenes, delicadas y líricas y otras tantas de shunga.
Kitagawa Utamaro. Midori de la Hinataka de la hora de las Ratas. Brooklyn Museum.
Kitagawa Utamaro (h. 1753-1806) llevó la representación de la figura femenina un paso más allá pintando retratos más realistas, entre ellos Mujer coqueta (1792-93). Es el principal pintor del género popular de mujeres, a las que retrató de todas las edades y clases sociales. Se caracterizó sobre todo por un nuevo formato que representaba la mitad superior del cuerpo de la mujer y que prestaba especial atención a sus rasgos faciales. Con su minuciosa observación de la mujer, a menudo en situaciones privadas, Utamaro conseguía capturar su personalidad y estado de ánimo además de su aspecto físico.
Kitagawa Utamaro. Madre e hijo mirando un espejo.
Utamaro presta mucha atención a los estampados de los tejidos y se sirve de sutiles combinaciones de colores para crear un efecto decorativo. Usaba el estampado de las telas para sugerir los contornos sensuales de la forma femenina. Su obra dio paso a la edad de oro de los grabados ukiyo-e en el arte japonés de la primera mitad del siglo XIX.
Los pintores ukiyo-e del siglo XIX.
El arte de los Ukuyo-e floreció con una fuerza renovada durante la primera mitad del siglo XIX, cuando fueron publicados con poco tiempo de diferencia varias series de grabados de paisajes de Katsushika Hokusai (1760-1849) y de Utagawa Hiroshige (1797-1858), dos de los más grandes pintores japoneses de todos los tiempos. A ambos también les une el uso dominante del azul de estos paisajes, el conocido como azul prusiano, hecho a partir de anilina sintética y que se empezó a importar de occidente a principios del siglo XIX y que pronto sustituyó al tinte tradicional, menos permanente y hecho de plantas.
Katsushika Hokusai. Monte Fuji nº 2. Serie Treinta y seis vistas del monte Fuji, 1830-31.
Las imágenes del campo en las diferentes estaciones del año captaron la atención de los habitantes de la ciudad de Edo, fomentaron su apreciación por la belleza inspiradora de la naturaleza e invitaron a los ciudadanos a viajar y contemplar en primera persona los paisajes de Japón. Las vistas líricas y románticas ofrecían una vía de escape de la realidad social cada vez más caótica y decadente.
Katsushika Hokusai. Monte Fuji nº 22. Serie Treinta y seis vistas del monte Fuji, 1830-31.
La serie de Hokusai Treinta y seis vistas del monte Fuji de 1831 fue una obra monumental que convirtió el paisaje en un género pictórico popular. Además le sirvió de inspiración al joven Hiroshige, quien se especializó también en la producción de grabados topográficos. Sus series más conocidas son Las cincuenta y tres etapas del camino de Tokaido de 1833-34, en la que se representan las etapas del camino costero del mar del Este que unía Kyoto con Edo. Era un camino notable por su belleza paisajística, pero también un lugar que permitía al pintor pintar escenas costumbristas ya que a lo largo del mismo se cruzaban viajeros de toda condición que podían detenerse para descansar y refrescarse o apresurarse para llegar a su destino. Hiroshige continuó produciendo en otras series topográficas muy famosas como las Cien vistas de Edo (1856-58), una serie que constituye un importante testimonio de cómo era el Japón del siglo XIX.
Utagawa Hiroshige. Playa de Shichirigahama en Kamakura, provincia de Sagami, 1855.
A partir de 1868, Japón se abrió al mundo. La delicadeza y la precisión gráfica de estas estampas hechizaron a los artistas occidentales, y su influencia puede encontrarse en los impresionistas, Whistler, Toulouse Lautrec, Van Gogh, Klimt o Picasso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario