Como hemos visto en otro artículo, la representación masculina en la Grecia clásica de los siglos V y IV a. C. buscaba reflejar el ideal aristocrático de una belleza anotómica perfecta basada en el canon y una actitud ejemplarmente ética. En ningún caso el interés del escultor está en representar una figura naturalista ni mucho menos una pose que no fuera trascendente.
En la época posterior a Alejandro Magno el lenguaje formal del arte griego perdió su relativa unidad. El hecho de enfrentarse a las culturas y mentalidades orientales determinó un cambio brusco de los presupuestos formales y de contenido. El cambio favoreció también la consolidación de una nueva clase gobernante, pues las monarquías emergentes promovieron nuevos ideales de autorrepresentación. No es extraño que la cronología de varias obras de arte de estos siglos sea insegura, pues en las distintas partes de los reinos de los diádocos coexistían varios estilos artísticos.
Detalle del torso de un príncipe helenísta del Palazzo Massimo alle Terme.
El retrato helenístico.
Un ejemplo muy significativo de las novedades introducidas en el arte helenístico es el retrato. En este caso fueAlejandro Magno (356-323 a. C.) quien estableció la norma basada en el ideal de soberano incorporado por él, totalmente distinto de las estatuas honoríficas clásicas. Lisipo fue el creador de nuevo modelo, repetido por sus seguidores y copistas en los siglos posteriores. Sus retratos alumbraron un nuevo tipo de representación con profunda influencia en las futuras generaciones de reyes victoriosos y de potentados deseosos de presentarse como vencedores. El carisma del gran Alejandro no se traducía en un rostro con barba, de rasgos serenos y desprovisto de peculiaridades fisonómicas llamativas. El nuevo dominador del mundo presentaba un aspecto juvenil, carecía de barba y llevaba una espléndida caballera rematada en un rizo alzado abruptamente en su frente, la "anastolé", que evocaba la cabeza de un león. La cabeza vuelta enérgicamente hacia la derecha subraya la enérgica mirada que el soberano dirige a la lejanía, que simbolizaba el visionario triunfante que descubría en el horizonte grandes hechos y triunfos para él y los suyos. Era una representación que personificaba el ideal del héroe joven y atlético.
Alejandro Schwarzenberg hacia el 330 a. C. Gliptoteca de Munich. Mármol, 35,3 cms. Se trata de la copia de una obra de Lisipo. En el original en bronce, de unos dos metros de altura, Alejandro Magno estaría probablemente de pie y apoyado en una lanza.
Como es natural, los sucesores de Alejandro Magno, todos ellos de mayor edad, no podían aparecer como conquistadores del mundo, jóvenes e impetuosos. Siguieron presentándose sin barba y mantuvieron una mirada intensa, pero su fisonomía y sus gestos dinámicos tenían que transmitir otras sensaciones: presencia poderosa y preocupación por sus súbditos.
Retrato de un príncipe helenísta del Palazzo Massimo alle Terme. Detalle del rostro. Muy característicos es que la barba apenas se grabe sobre el rostro.
Este ideal de soberano se pone de manifiesto sobre todo en el retrato de un príncipe helenísta del Palazzo Massimo alle Terme, probablemente Atalo I (aunque se barajan múltiples posibilidades), quien tras su victoria sobre los gálatas en torno al año 240 a.C. se adjudicó el título de rey. El artista dotó a la imagen del soberano de un formidable énfasis logrado por la utilización de fórmulas ya conocidas desde Alejandro Magno y la obra deLisipo ya mencionada: ojos muy abiertos, mirada al frente y puesta en la lejanía, enérgico giro de la cabeza y frente abombada con cejas altas. La cinta del pelo que con seguridad portaba, pero que ha perdido, indicaba la dignidad real.
Retrato de un príncipe helenístico del Palazzo Massimo alle Terme. Detalle del rostro.
Si un imberbe Alejandro servía de modelo para la iconografía de los soberanos, no se puede decir lo mismo de los retratos de otras personas, como filósofos, poetas o políticos, El retrato de Aristóteles, preceptor de Alejandro Magno, realizado muy poco después de su muerte, no presenta a este discípulo de Platón de un modo muy típico: una barba recortada enmarca el rostro de un sabio de edad, a quien se supone que no le afecta en absoluto su proximidad a los grandes de este mundo y cuyas arrugas en la frente lo caracterizan como "pensador".
Retrato de Aristóteles. Copia romana de un original en bronce de 320 a. C., aproxim. Mármol; altura 29 cms. Kunsthistorisches Museum, Viena.
También se aleja muchísimo de la imagen ideal clásica de un ciudadano o un político destacados el retrato de Demóstones (384-322 a. C.). La estatua erigida en el años 280 a. C. honraba aun hombre que con sus encendidos discursos contra el padre de Alejandro Magno defendía desesperadamente la democracia y, en consecuencia, la libertad de sus ciudad, Atenas. Demóstenes aparece con sus brazos cruzados por delante y con una actitud aparentemente contenida, impresión subrayada por los amplios paños de su túnica. Ahora bien, basta mirar su rostro para descubrir sus arrugas y sus pliegues, unos ojos hundidos y una boca apretada, en definitiva, la expresión de alguien desesperanzadamente resignado, que ha perdido su batalla retórica, planteada al más alto nivel, contra la política. Esta estatua es una obra típica del primer helenismo, cuyo estilo se define como "forma cerrada".
El kouros helenístico.
El tema del atleta o kouros era uno de los preferidos por los artistas griegos. Cada uno de los representados era un ciudadano particular que había vencido en una competición concreta en un año determinado; pero en la etapa clásica, al mismo tiempo, debía ser el paradigma de la belleza corporal y espiritual. Había que mostrar a un triunfador sereno y sin esfuerzo aparente. Sin embargo, a partir del siglo III, con el helenismo, la representación delkouros también empieza a cambiar: de la imagen ideal pasaremos a una naturalista. Uno de los mejores ejemplos de este cambio nos lo ofrece la estatua de bronce de un púgil encontrada en Roma en 1885 en las termas de Constantino refleja una visión de un triunfador totalmente distinta, no la del ideal que se buscaba en etapa clásica, sino la de un individuo real, desfigurado y vulnerable.
Púgil de las termas, siglo III a. C. (algunos historiadores lo llevan al siglo IV a. C.). Museo Nazionale Romano, Roma. Bronce. Altura 1,28 cm.
La nuca plana, los hombros anchos, un pecho fuerte y una espalda musculosa indican que su cuerpo es el de un atleta de cuerpo fibroso que está muy bien entrenado. Y, no obstante, se sostiene sentado y cansado, en vez de firme sobre sus piernas. Su torso se inclina hacia delante y se apoya sobre sus brazos. Es la imagen de después del combate en el que el pugilista se recupera del esfuerzo y de los golpes recibidos con unos terribles guantes hechos con cintas de lana o piel que recubren la primera falange con placas de plomo.
Alguien llama su atención y levanta la cabeza con un aire ausente, de hombre todavía conmocionado. En su rostro podemos ver las huellas del duro combate. Tiene numerosas heridas todavía sangrantes en sus orejas, mejillas, frente y nariz. La fractura y deformación de su nariz pueden ser consecuencia de un combate anterior, lo mismo que la hinchazón de sus orejas. Los ojos y dientes, que eran de un material distinto, le daban todavía mayor realismo pero han desaparecido. Los rizos del bigote y de la barba están llenos de sangre y arena. No es una imagen gloriosa de la victoria, sino la de la pura realidad de practicar esta dura disciplina.
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